Nikolai Lugansky. Programa: 'En la niebla', de L. Janácek; Cuatro impromptus D. 935, de F. Schubert; Tres piezas de 'Melodías olvidadas', de N. Medtner; Sonata nº 2, op. 36, en Si bemol menor, de S. Rachmaninov. Piano: Nikolai Lugansky. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Martes, 9 de abril. Aforo: Poco más de la mitad.

Fue como ver y oír a dos pianistas diferentes en la misma velada. Dos formas diferentes de abordar el reto expresivo de dotar de sentido significante a lo que está escrito en la partitura. Dos perspectivas diferentes del papel que el intérprete debe jugar como colaborador imprescindible en el proceso de explicitación semántica, utilizando para ello el utillaje formal y sintáctico necesario para dotar de posibilidad al acto comunicativo.

En la primera parte tuvimos a un pianista sobrio hasta la frialdad, cicatero a la hora de implicarse afectivamente en aquello que no fuese ceñirse estrictamente al pentagrama; distante y hasta monótono en el apartado expresivo. La técnica, el manejo de la gramática interpretativa, era impecable: todo en su sitio, ni una nota fallida, uso superlativo del pedal (Molto adagio de Janéck, por ejemplo). Sí, muy bien hasta aquí. Pero más allá de eso, la sutilidad de la escritura cromática de Janácek y su pintura sonora brillaron por su ausencia; y la delicadeza y la sutilidad de la música de Schubert, su máxima carga de significado con el mínimo soporte de significante, quedó en una versión fría y sin apenas ningún acento, sin apenas rubato ni profundidad en las dosificaciones dinámicas.

Pero en la segunda parte entendimos lo que pasaba: el ruso, como tantos de los de su escuela, se encuentra más en su salsa con músicas más expansivas, hiperexpresivas como la de Rachmaninov, con su punto de retórica brillante pero vacía; una música, como también la de Medtner, hecha para deslumbrar con el despliegue gestual y ese virtuosismo en el que sí que triunfó.