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Crítica 'Lucia di Lammermoor'

Canto por encima de la escena

Drama trágico en tres actos de Gaetano Donizetti. Producción de la Fundación Teatro Lírico Giuseppe Verdi de Trieste. Dirección musical: Will Humburg. Dirección de escena: Giulio Ciabatti. Dirección del coro: Íñigo Sampil. Escenografía: Pier Paolo Bisleri. Vestuario: Giuseppe Palella. Iluminación: Juan Manuel Guerra. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de la A.A. de la Maestranza. Intérpretes: Juan Jesús Rodríguez (Lord Enrico Ashton, barítono), Mariola Cantarero (Miss Lucia Ashton, soprano), Stephen Costello (Sir Edgardo, tenor), Vinceç Esteve (Lord Arturo de Bucklaw, tenor), Simón Orfila (Raimondo Bibedent, bajo), Anna Tobella (Alisa, mezzosoprano), Manuel de Diego (Normanno, tenor). Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Sábado, 17 de marzo. Aforo: Lleno.

A sus casi ciento ochenta años de edad, la obra maestra de Donizetti sigue resistiendo a la ola de descrédito y de desprecio con el que muchos tratan a la ópera belcantista desde su esnobismo, mientras que el fervor del público les echa en cara una y otra vez su pasión por el canto en su estado más puro con llenos absolutos y ovaciones inusitadas. No recuerdo en los últimos años una ovación tan cerrada y tan prolongada después de un aria como la que anoche recibió Mariola Cantarero tras su escena de la locura.

Por fortuna para todos, disponemos en nuestro entorno de suficientes cantantes sobrados de talento como para abordar y bordar una Lucia del máximo nivel internacional. Así, fue todo un lujo contar con unos espléndidos Manuel de Diego y Vicenç Esteve como Normano y Arturo respectivamente. Esteve pudo lucir su voz aguerrida, brillante y penetrante en su breve intervención, haciendo que su voz se hiciese notar más que la de Edgardo en el celebérrimo sexteto.

Para Raimondo hace falta un auténtico bajo cantante, una rara avis en la actualidad y aunque Simón Orfila posee una bella voz y una buena línea de canto, sus carencias en la zona más grave le obligan a forzar el apoyo y emitir un sonido excesivamente tremolante en esa franja. Con todo, firmó páginas de depurado canto en sus intervenciones a solo.

Por si ya no lo hubiese demostrado en sus anteriores comparecencias en este teatro, Juan Jesús Rodríguez (que debutó en el Maestranza precisamente con otro Donizetti, el de Don Pasquale) rubricó con creces su condición de uno de los más impresionante barítonos belcantistas de la actualidad. La voz es de un atractivo tímbrico irrefrenable, de una potencia y una capacidad de penetración insoslayable y a todo ello se le une una magistral capacidad para delinear las frases, para ligar los sonidos de una forma depurada y natural, siempre sobre el fiato y sin forzar nunca. Así, su Cruda, funesta smania fue una lección de legato, mientras que en La pietade in suo favore salió a relucir su energía y su vehemencia expresiva. Se avisó por megafonía que el tenor Stephen Costello se encontraba aquejado de alguna indisposición y habrá que dejar algún margen en la valoración. Tiene un centro de voz muy atractivo, con suficiente volumen a la vez que muy redondeado, pero en el ascenso a la zona superior el sonido se tiñe de tonalidades nasales. Fraseó con gran gusto, aunque con tendencia a sonidos fijos, sin apenas reguladores y sin sacarle toda la sustancia expresiva a su parte.

Como era de esperar, la triunfadora de la noche fue una Mariola Cantarero de espectaculares medios canoros. Sobradísima para las agilidades y las coloraturas, de las que hizo amplio despliegue (a destacar sus trinos y sus picchetati), lo más importante es su infinita capacidad para conmover con el canto, para transmitir la emoción del momento. Pudo controlar el vibrato de los primeros momentos y limó al final las leves estridencias de sus sobreagudos.

El coro cantó con un gran empaste y la orquesta gozó de una magnífica batuta que sacó densidad y profundidad donde en la partitura parece no haberla, encontrando los tiempos justos para cada pasaje. Por último, impresentable resulta la puesta en escena, oscura y con peligroso suelo lleno de piedras toda la ópera.

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