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De Caravaggio a Murillo

  • Luis Antonio de Villena indagará en los posibles vínculos entre el pintor italiano y el sevillano en las jornadas que acoge la próxima semana la Casa de los Poetas y las Letras.

En 2000 el escritor Luis Alberto de Villena publicó un ensayo muy personal titulado Caravaggio, exquisito y violento, una indagación en los vínculos entre vida y obra del artista italiano, que acaba de reeditar Cabaret Voltaire. La tesis del libro, tanto en su primera edición con Planeta como en esta segunda, revisada y levemente ampliada en temas puntuales como el cine, es, recuerda el propio Villena, "que la pintura de Caravaggio refleja de continuo su espíritu, sus tormentos y su vida violenta, así como su personalidad refinada".

A este pintor al que ha mirado desde todos los ángulos posibles regresa con la ponencia Caravaggio en Sevilla, incluida en las jornadas Murillo: una relectura que organiza los próximos martes 21 y jueves 23 la Casa de los Poetas y las Letras en colaboración con la UIMP. Luis Antonio de Villena, que cerrará este foro coordinado por el crítico de Diario de Sevilla Manuel Gregorio González, disertará sobre la presencia de Caravaggio en Murillo a partir de aspectos como la intencionalidad y el alcance del claroscuro. Le acompañarán en la mesa de debate el pintor Curro González, el poeta Antonio Lucas y la galerista Carmen Aranguren. El martes 21, abrirán estas jornadas la restauradora Amalia Cansino, el profesor de Historia del Arte Benito Navarrete y el catedrático y experto en arte contemporáneo Fernando Martín Martín.

La aproximación de Luis Antonio de Villena es, cuanto menos, peculiar, como explica a este medio el propio escritor, "pues a priori Murillo y Caravaggio no tienen que ver, son dos pintores barrocos muy distintos. Caravaggio era más bien iracundo y Murillo amable; sin embargo, sin Caravaggio no hubieran existido ni Velázquez ni Rembrandt, los dos grandes maestros del Barroco. Y Murillo recibe fundamentalmente a través de Velázquez esa herencia del Caravaggio de los claroscuros interesado por las escenas callejeras y los tipos populares". La influencia, obviamente, no fue nunca directa y con el paso del tiempo el vínculo termina siendo oposición porque, prosigue, la crudeza de la pintura final de Caravaggio y su preferencia por los temas y cuerpos masculinos contrasta con la evolución de Murillo, que intensificará su mirada conciliadora en obras maestras como La Sagrada Familia del pajarito. "La crítica inglesa, al redescubrirlo, incidió en el tono dulce o rosado de la pintura de Murillo, que es más compleja que todo eso".

La distancia también puede medirse en relación a los modelos empleados. "A Caravaggio le gustaba rodearse de gente muy popular, del hampa incluso, a quienes pintaba del natural en sus asombrosos lienzos. Sus Vírgenes, a diferencia de Murillo, que toma como modelo a muchachas guapas de Sevilla y las idealiza, son casi siempre prostitutas".

De Villena también señala el contraste en las posiciones religiosas de ambos. "Murillo fue el pintor de la Contrarreforma, al servicio del ideario católico, un espíritu ajeno a Caravaggio, que llegó a asesinar a un hombre y fue perseguido por los Caballeros de la Orden de Malta, quienes probablemente le asesinaron en las playas cercanas a Roma. Todas esas tensiones internas se reflejaron en su obra, que empezó siendo luminosa y feliz cuando trabaja para el cardenal Del Monte en Roma -su primer cliente importante y para quien pintó el delicado Concierto de jóvenes del Metropolitan- y acabó siendo una producción atormentada que reflejó sus tinieblas vitales. Logró en suma algo muy singular: reflejar sus estados de ánimo en temas preestablecidos y que demandaba su clientela, como la resurrección de Lázaro, el dolor de María Magdalena, la decapitación del Bautista o David con la cabeza de Goliat, donde llegó a autorretratarse en la figura del derrotado soldado filisteo", continúa.

Así, Murillo era al igual que Caravaggio exquisito "pero nada violento", concluye Villena, que siente predilección por sus Inmaculadas, "especialmente la que robó de Sevilla el mariscal Soult y que Pétain acabaría enviando del Louvre al Prado gracias a las conversaciones de Franco con Hitler".

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