Cultura

Chucho Valdés y Gonzalo Rubalcaba: dos grandes pianos cara a cara

  • Dos de las principales figuras del jazz afrocubano presentan hoy en el Lope, con las entradas agotadas, su proyecto 'Trance'

Chucho Valdés y Gonzalo Rubalcaba, dos brillantes exponentes del piano cubano.

Chucho Valdés y Gonzalo Rubalcaba, dos brillantes exponentes del piano cubano. / d. s.

Esta noche -con las entradas agotadas desde hace días- tocarán en el Lope de Vega, cara a cara, dos de los más grandes representantes del latin jazz o, para ser más exactos y justos, del jazz afrocubano: Chucho Valdés y Gonzalo Rubalcaba. Y lo harán en un formato no tan corriente como otras agrupaciones: el concierto a doble piano. No faltan ejemplos notorios de este tipo de encuentros, en los que se hace coincidir a personalidades afines o exponentes de estilos diversos: así, pongo por caso, los duetos formados recientemente por Chick Corea con Hiromi (Duet) y antes con Herbie Hancock (An Evening with Herbie Hancock and Chick Corea), o la rara coincidencia en Duet! de dos pianistas tan singulares como fueron Earl Hines y Jaki Byard. El concierto de hoy, que descansa en un proyecto de título Trance, reúne a dos pianistas de voz propia aunque agrupados en ese marchamo simplificador de lo latino.

Se atribuye a Lou Reed aquella sentencia según la cual "si tiene más de tres acordes, es que es jazz". Frase que cabe ampliar: si añade un par de tomos a la enciclopedia de ritmos, es afrocubano. Efectivamente, el primer gran desembarco de la rica tradición musical cubana en Estados Unidos, el primer injerto significativo, se produjo entre finales de los años 40 y mediados de los 50, a golpe de conga. Si hay que resumir un movimiento sin duda complejo en un título, en un nombre, podrían citarse aquel zumbón Tin tin deo o Manteca -cuya repercusión se prolonga incluso en nuestros días más allá de las versiones jazzísticas incluso en remezclas bailables-, máxima expresión del fructífero descubrimiento mutuo de los geniales Dizzy Gillespie y Chano Pozo. Pozo, figura enigmática y de carrera meteórica (falleció durante una pelea en 1948, aunque se rumorea que fue asesinado por haber revelado ritmos secretos del culto abaquwa...), es reconocido como el padre de la moderna percusión cubana, y luego vendrá Machito a rematar su tarea grabando con muchos pero sobre todo con Charlie Parker. Nacía el cubop, cruce de caminos entre la Cuba tradicional y el fulgurante bebop.

El segundo huracán se produciría a finales de los años 60 y a lo largo de los 70. La fundación de la banda Irakere, verdadera avanzadilla del renacimiento latino del jazz, suele fijarse en torno al año 1973, y ahí estaba ya Chucho Valdés (provincia de Quivicán, Habana, 1941) liderando aquel proyecto rompedor que asumía con naturalidad la electrificación. Chucho se reveló desde primera hora como un gran instrumentista, de técnica apabullante tanto en el piano acústico como en los teclados, y un catalizador de las ideas de enormes compinches como Paquito D'Rivera o Arturo Sandoval. Refiriéndose a la explosión creativa que supuso la banda Irakere, el gran Joachim E. Berendt se expresaba en estos términos en el libro El jazz: "Música negra que al mismo tiempo se remonta a África y al futuro... Pero Irakere sólo representa la punta de un iceberg. Cuba está llena de tal música. El mundo norteamericano-europeo occidental simplemente aún no lo ha comprendido".

Eslabón entre el esplendor musical de época pre-revolucionaria y el latin jazz que se popularizaría para bien y para mal conquistando los Grammy, a Chucho pudimos disfrutarlo solo al piano hace bien poco en el mismo escenario donde hoy se reúne con uno de los más sensibles jazzmen cubanos: Gonzalo Rubalcaba (La Habana, 1963), que asimismo -en consonancia como ocurre con la trayectoria de Valdés con las políticas culturales de su país de origen- parte de proyectos corales (colaboración con la Orquesta Aragón y fundación del Grupo Proyecto) en los años 80 y en ese mismo año conoce a Charlie Haden para fichar poco después con la legendaria Blue Note, casa discográfica en la que ha registrado casi una quincena de álbumes, en su mayoría espléndidos. Citemos, a modo de aperitivo, aquel Discovery: Live at Montreux (Blue Note, 1991), fruto del concierto sorpresa que el pianista ofreció, descubriéndose al mundo, junto a Haden y Paul Motian, ni más ni menos.

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