literatura

Cien años de Rulfo

  • Mañana hará un siglo del nacimiento de un inmenso autor cuya obra se limitó a dos libros, 'El Llano en llamas' y 'Pedro Páramo', publicados en un intervalo de dos años

Instalación de una escultura hecha por el artista Javier Silva para celebrar el centenario del natilicio de Rulfo en Tuxcacuesco (México)

Instalación de una escultura hecha por el artista Javier Silva para celebrar el centenario del natilicio de Rulfo en Tuxcacuesco (México) / EFE

Sobre Juan Rulfo se suele apilar media docena de tópicos que convenientemente removidos sirven para mantener fresco, y con los cubitos de su frialdad intactos, el cóctel de su misterio y la admiración a su hipnotizante jeroglífico. Que si fue un hombre sumamente reservado, que si es una contrafigura del Bartleby de Melville, que si gustó de las mixtificaciones sobre su persona y las favoreció, que si fue el último de los escritores de la Revolución mexicana y predecesor del boom de García Márquez y otros, que si dejó la pluma y la máquina de escribir por la fotográfica, que si no volvió a escribir porque tenía que ganarse la vida en otros menesteres (en sus últimos años como editor en el Instituto Nacional Indigenista)... Antonio Ortuño, uno de los escritores actuales más brillantes de México y jalisciense como él, lo ha dicho de manera inmejorable: la obra completa de Rulfo no alcanza las 500.000 palabras, siendo muchas, muchísimas más las que se han escrito sobre él: "Se exalta el laconismo de Rulfo pero se practica poco".

Juan Rulfo. Juan Rulfo.

Juan Rulfo.

Realmente, la carrera literaria del autor de El Llano en llamas y de Pedro Páramo se limita a esos dos libros y también a un intervalo que supera en poco los dos años: el primer título vio la luz en 1953, el segundo en 1955. Antes, algunos otros cuentos, tanteos y ejercicios de autor; después, el texto para un guion, trabajos en la sombra y una novela que, trabajada a lo largo de años, fue abandonada y más que presumiblemente destruida: La cordillera. Hay mucha niebla sobre ese pico, porque Rulfo veló con la reticencia, con versiones distintas de lo sucedido, toda su vida y, claro está, su propia escritura. Paco Ignacio Taibo II contaba cómo asistió una noche en casa de Rulfo a la "quemazón" de un original que seguramente sería el del enigmático libro.

¿Por qué dejó de escribir, o al menos de publicar, Rulfo? Una de las explicaciones más convincentes viene en forma de fábula de la mano de Augusto Monterroso. En El zorro es más sabio, el guatemalteco habla en realidad del mexicano, sin nombrarlo: "Su primer libro resultó muy bueno, un éxito; todo el mundo lo aplaudió, y pronto fue traducido (a veces no muy bien) a los más diversos idiomas. El segundo fue todavía mejor que el primero, y varios profesores norteamericanos de lo más granado del mundo académico de aquellos remotos días lo comentaron con entusiasmo y aun escribieron libros sobre los libros que hablaban de los libros del Zorro. Desde ese momento el Zorro se dio con razón por satisfecho, y pasaron los años y no publicaba otra cosa". Continúa Monterroso refiriendo que los demás empezaron a murmurar y a repetir "¿Qué pasa con el Zorro?", y cuando lo encontraban en los cócteles puntualmente se le acercaban a decirle que tenía que publicar más. Él, cansadamente, respondía que ya había publicado dos libros. Como a los otros le parecían muy buenos le insistían en que por eso mismo tenía que publicar otro. Según Monterroso, el Zorro no lo decía, pero pensaba: "En realidad lo que estos quieren es que publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer". El resultado es el que conocemos: "Y, efectivamente, no lo hizo".

En esto, Rulfo fue como el que gana en la ruleta después de haber comprado muy pocas fichas y se retira del juego, como quien no reincide en el bingo después de haberse embolsado el premio de unos cartones, dejando con un palmo de narices al adagio de que la banca -el tiempo- gana. Se le compara a veces con Rimbaud, y no es un caso desparejo. ¿Pero cuál fue la vida que Rulfo, qué camino recorrió hasta ser autor publicado y, casi simultáneamente dejar de serlo?

De origen español, con antepasados en el ejército realista, la familia de Rulfo sufrió las sacudidas que en el Jalisco rural produjeron la Revolución y seguidamente la Guerra Cristera (1926-1929). Su padre, su tío y su abuelo fueron asesinados (según él, todos a los 33 años), su madre murió poco después de tristeza y él ingresó en un orfanato de Guadalajara que lo marcó con el hierro de la angustia y una depresión que no lo abandonó hasta la muerte. A pesar del carácter elusivo de Rulfo, o abonado por ello, son varias las biografías que se han publicado de él, acaso la mejor la de Reina Roffé, recientemente reeditada en Fórcola. Pero sobre el escritor de Jalisco hay a menudo versiones contradictorias, que se extienden al proceso de creación de sus obras. Así, ha prevalecido el testimonio de que la ordenación de los fragmentos de Pedro Páramo tuvo lugar con el concurso de Arreola sobre la mesa de ping-pong que tenía éste en su piso. Puede ser, aunque la impresión del lector, de este lector, es que el orden ya estaba mucho más prefijado de lo que puede deducirse de ese barajar, que seguramente no sería sobre todos los citados fragmentos, pues hay grupos de ellos, secuencias, que parecen ya previamente vinculados. En cualquier caso, Rulfo llevaba muchos años rumiando la historia, que fue escrita a lo largo de sólo cuatro meses.

El Llano en llamas tiene, sobre su calidad toda altísima, un puñado de cuentos magistrales como Nos han dado la tierra, ¡Diles que no me maten! o Luvina, claro antecedente, tan fantasmal, de la novela que vendría al poco. Destaca entre ellos por su nota humorística, ácido retrato del régimen salido de la Revolución institucionalizada, El día del derrumbe, que comparte el aguijón corrosivo que suscita una sonrisa de la novela Los relámpagos de agosto de Jorge Ibargüengoitia o algunas de las crónicas de Guillermo Sheridan recogidas en Viaje al centro de mi tierra, con su incisiva crítica a la elefantiasis ineficiente del Estado mexicano.

Pedro Páramo, por su parte, es una rotunda obra maestra, una novela breve que ha quedado en la mitad de lo que originalmente era. Podada, ensambladas las ramas resultantes, ya es un árbol onírico, una planta espectral de hojas reordenadas. Leemos: "Este pueblo está lleno de ecos. Yo ya no me espanto. Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen. Y en días de aire se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí, como tú ves, no hay árboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿de dónde saldrían esas hojas?".

Se le ha comparado con Rimbaud por el modo en que dejó de escribir o, al menos, de publicar

En la novela, todos están muertos, aunque el orden cronológico se trastoca de manera que parezca que esto no es así durante un trecho, pero luego es evidente (y visionario). Esas voces de los muertos son la realidad de la novela (que se iba a llamar inicialmente Los murmullos), y unas cuantas frases de ella lo dejan explícito: "La verdad es que ya hablaba sola desde en vida" o ante una voz lejana "Lo que pasa con estos muertos viejos es que en cuanto les llega la humedad comienzan a removerse. Y despiertan". También: "Haz por pensar en cosas agradables porque vamos a estar mucho tiempo enterrados". Hay un momento en el que Juan Preciado, el hijo que ha ido a Comala a buscar a su padre, el cacique salvaje Pedro Páramo, recapitula: "Me mataron los murmullos". Ruidos y rumores de ánimas en pena en este Purgatorio que alitera con Pedro Páramo y que es su verdadero escenario.

Rulfo fue muy original en la composición de este fresco del México que cabe en el poco más de centenar de páginas de la novela, un rompecabezas o collage que en esto de dar la voz a los muertos confluye con otras obras, singularmente algunas irlandesas. Hay similitudes, en efecto, con Almas muertas de Gogol (1842), con Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters (1915), con Bajo el bosque lácteo de Dylan Thomas (1954 aunque con versiones anteriores), pero sobre todo con dos magnas obras irlandesas, una escrita en gaélico por Máirtín Ó Cadhain y otra en inglés por Flann O'Brien. Me refiero a Tierra de cementerio (Cré na Cille, 1949) y a El tercer policía (The Third Policeman, 1967 pero escrita en 1940). Las concomitancias con la obra de Ó Cadhain ya han sido señaladas en un ensayo de Nuala Finnegan publicado el año pasado (donde de paso se alude a la novela de O'Brien). Me alegra que salga a la palestra esta comparación, pues ya me resultó llamativo el parecido cuando tras años de frecuentar Tierra de cementerio leí finalmente Pedro Páramo. No me extraña que este mundo de fantasmas y apariciones, en el fondo tan irlandés (Comala como Conemara) haya a su vez cuajado en la Isla Esmeralda: hay traducción de Tomás Mac Síomóin al irlandés (2008).

Se le ha comparado con Rimbaud por el modo en que dejó de escribir o, al menos, de publicar

Pero eso son coincidencias: por más que fuera un excelente lector, Rulfo no pudo acceder a esas dos obras cuando escribía Pedro Páramo, novela que sí han leído con admiración incontables escritores como Borges, quien aseveró que es "una de las mejores novelas de las literaturas hispánicas, y aun de la literatura" tras declarar que, desde el momento en que el protagonista se encuentra con el arriero que le dice que es su hermano y que todos los del pueblo se llaman Páramo, "el lector ya sabe que ha entrado en un texto fantástico, cuyas indefinidas ramificaciones no le es dado prever, pero cuya gravitación ya lo atrapa."

Cristina Rivera Garza publicó el año pasado en México y ahora lo ha hecho en España Había mucha neblina o humo o no sé qué, un libro muy singular que es a su modo también un collage rulfiano en el que repasa sus empleos, da saltos en el tiempo, fija la mirada en la fotografía de Rulfo y en sus pies de foto, realiza piruetas con el lenguaje, hibrida la crónica con la literatura viajera y el poema y hasta incluye la traducción en doce páginas del último capítulo al mixe, lengua indígena de Oaxaca. Pone su énfasis en lo sexual y femenino, pero eso es sólo una de las muchas lecturas posibles, que naturalmente no tienen por qué ser excluyentes. Porque Rulfo es, como la poesía, aunque él narre, la máxima condensación con la mayor sugerencia. Él decía que para comprender Pedro Páramo no bastaba una relectura; habían de ser tres los recorridos por ese viaje a Comala, a la Revolución mexicana y a las fechas anteriores y posteriores -signadas por la violencia, por la falta de respiro ni siquiera tras la muerte-, que el milagro de la literatura hace simultáneas.

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