Crítica de Cine cine

Conquista de la permanencia

Si no pudieron verla en el pasado SEFF, donde se hizo con la (discreta) Mención Especial del Jurado, ahora es el momento de recuperar una de las mejores películas de 2017, coproducida por El Deseo, de Almodóvar, fiel a Martel (La niña santa, La mujer sin cabeza) desde su brillante debut con La ciénaga en 2001.

Zama se adentra en la América conquistada como antiépica, en la Historia como fiebre: en ella el espacio del plano funciona como prisión mental, y el sonido, siempre tan determinante en Martel, como paisaje denso y extrañado repleto de tramas y matices. Se trata aquí de reescribir el pasado colonial español, su barbarie y su ocaso en una nueva forma del presente, lejos de la sobrevalorada reconstrucción realista (no obstante, todo es auténtico aquí), entre el sueño, la pesadilla y la alucinación.

Martel parte de la novela (1956) de Antonio di Benedetto para fijarse en la figura del turbio corregidor del reino de España en Argentina Don Diego de Zama (un soberbio Daniel Giménez Cacho de ojos inyectados de sangre) para escrutar, a orillas del río Paraná en la Asunción de finales del XVIII, la deriva de una experiencia física, sensorial y existencial, en una materia cinematográfica táctil y sonora que da cuenta de un fracaso y una derrota, de una espera interminable, un repetitivo ciclo de ataduras, fantasmas y deseos sexuales frustrados.

Las melodías easy listening de Los Indios Tabajaras irrumpen desde otro tiempo para extrañar, densificar y actualizar aún más ese espacio cerrado, suspendido y asfixiante, como lo hacen también los juegos de voces subjetivas o los sonidos alienados que se superponen a la imagen.

Nuestro Diego de Zama, mirón enfebrecido, ansioso de un traslado y ninguneado por todos, encuentra su involuntaria Némesis de supervivencia en ese antagonista Vicuña Porto de resonancias míticas que lo saca por fin a campo abierto en el último y poderoso tramo del filme, en una misión suicida y mortuoria, a transitar por esos hermosos cuadros de palmeras color verde lima y cielos fordianos, por esas llanuras sonámbulas y esas orillas donde sólo queda esperar la última traición, la flecha envenenada, el definitivo y certero machetazo.

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