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Cultura

Divertido homenaje al cine popular y a su público

La historia del cine la escriben, como debe ser, los historiadores del cine. El problema es que el cine es un arte y una industria, un ámbito de creación y un medio de entretenimiento, algo ligado a la subjetividad del artista y sometido a la demanda del público. ¿Por qué esto constituye un problema? Porque a veces la mayor exigencia artística, la más alta creatividad y la más radical subjetividad se armonizan con las necesidades de la industria, las cambiantes reglas del entretenimiento y el voluble gusto del público: desde el japonés Ozu -el estilista más puro que ha gozado de mayor popularidad entre el público- hasta Ford o Hitchcock, pasando por Buñuel, Lean o Fellini, son afortunadamente muchos los casos de genios o maestros que han desarrollado sus proyectos pactando con la industria; pero a veces esto no sucede y los creadores más puros trabajan para minorías, espaciando sus obras para salvaguardar su independencia (casos extremos de Dreyer o Erice); o el público ama películas que la crítica desprecia y la historia del cine ignora, acertando unas veces (caso de una parte considerable de la producción comercial de los últimos 20 años) y equivocándose otras (caso del cine de género de los estudios o de gran parte del cine popular español de los años 40 y 50). Al estar aún poco desarrolladas las historias sociales o industriales del cine estas películas, amadas por el público e ignoradas por los historiadores, suelen vivir en el frágil limbo de la memoria de los espectadores.

De ellas, sobre todo, se ocupa esta desigual, simpática y atípica película de Michel Gondry, sorprendente homenaje al cine comercial popular menos prestigiado realizado por un director exquisito que se ha ganado un merecido prestigio con obras como Human nature, Olvídate de mí -escritas por el afamado Charlie Kaufman- o La ciencia del sueño, tras haber triunfado como estilizado y creativo director de clips de culto para Björk, Madonna o los Rolling. Este realizador, aparentemente situado a años luz del cine de masas, ha ideado una fábula que, demás de divertir, logra instantes de emoción y en sus mejores momentos recuerda (sin alcanzarlo) el más bello monumento erigido a la capacidad del cine popular para alumbrar la vida de los espectadores comunes: Los viajes de Sullivan de Preston Sturges (si no la ha visto, deje lo que esté haciendo y goce esta obra maestra de 1941).

Al borrarse accidentalmente las cintas de un videoclub unos amigos deciden volver a filmar con sus precarios medios las películas destruidas que más aman. Casi al límite de una versión chiki-chiki de Aterriza como puedas, llevando al extremo la parodia de películas muy conocidas, lo que en gran medida es una broma gansa que recuerda (y a veces cita) los universos gamberros, tan de los 70 y 80, de John Landis o Ivan Reitman va alcanzando una rara emoción que culmina en el final que directamente alude a la obra maestra de Sturges. El cine y el jazz -por la evocación mítica de la gran figura de Fats Waller (1908-1943), uno de los padres del jazz- se trenzan en esta película atípica que eleva a los altares de la memoria colectiva películas amadas por el público e ignoradas por la historia académica como Cazafantasmas, Robocop, Paseando a Miss Daisy, Regreso al futuro o El rey león.

Pero el objetivo de Gondry, y aquí la película -espléndidamente interpretada por Jack Black, Mos Def, Sigourney Weaver y Mia Farrow- ejecuta su pirueta más difícil e interesante, no es hacer un homenaje a la industria, sino al público. Lo que le interesa de esas películas es cómo son vistas y vividas -es decir, recreadas por los espectadores- y por eso su fábula se hace del todo explícita cuando los amigotes las vuelven a filmar con sus precarios medios. Con lo que la cosa se convierte en un homenaje a la creatividad (o capacidad de recrear y hacer suyo lo que ve) del ser humano común en la era de las spoff comedies (versiones astracanescas de éxitos populares) y de YouTube; y al mismo tiempo en una especie de divertido -y a veces emocionante- ensayo en forma de película que se plantea, visualizándolo, lo que los más interesantes comunicólogos e historiadores de los medios de masas (incluido el cine) se preguntan en libros como De los medios a las mediaciones o Los ejercicios del ver de Jesús Martín Barbero: ¿por qué determinadas obras fascinan al público?, ¿cómo las ven para apreciar en ellas lo que los ilustrados no ven o no reconocen? Curioso homenaje al cine de toda la vida en la era de la democratización de la imagen que parece marcar su fin… O su resurrección, según Gondry.

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