Crítica de Pop

Echándole vida a los años

En su parada en nuestra ciudad durante la gira de celebración del 35 aniversario de la banda, Danza Invisible consiguió salpicarnos de una gran dosis de alegría en este convento cartujano que al cantante tanta impresión le causó: aprovechemos lo más triste del catolicismo para divertirnos todos juntos, nos dijo. Y a fe (católica) mía que se divirtió cantando, charlando y, gracias a los inalámbricos, correteando por la hierba y los poyetes, prestándose a duetos y selfies con el entregado público; yo mismo le tuve saltando a mi lado mientras entonaba Reina del Caribe.

Ojeda sigue poseyendo la extraordinaria voz de sus inicios, y aunque ahora el entusiasmo supere a la sutileza, la usó para pasearse lujosamente por todos los estilos de la dilatada carrera del grupo. El serpenteante paseo por sus clásicos comenzó con un Bodegón desde el que fue escanciando lo mejor de la cosecha de los 80 y años posteriores. Con Dame de beber el patio se convirtió en una fiesta rumbera; al momento siguiente el color aceituna gitano se tiznó de negro funky con En celo, para pasar al rock and roll desatado con Al amanecer y seguir en ascenso con El pintor y la modelo y A este lado de la carretera, hasta un punto en el que era físicamente imposible seguir haciendo hervir la pasión y se impuso el respiro de un relajado No habrá fiestas para mañana.

La banda tocó la fibra de una audiencia integrada por un público de todas las edades, unido y rendido ante la magia de Javier Ojeda, que siguió colocando en el aire esas melodías frescas y sencillas que entresaca de la biblia del pop que tiene por alma, mientras las guitarras que le secundaban entretejían celosías de luz y el bajo se ponía delicado o elástico, según la ocasión.

Tras la inevitable Sabor de amor, terminaron con un El club del alcohol nostálgico pero enormemente vital, cumpliendo años de vida no sólo con dignidad, sino con gran ilusión.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios