Crítica de Música

Esperando a Kódaly

Tardío maestro de la sinfonía, Brahms montó su laboratorio orquestal con obras como esta Serenata en re mayor, pieza irregular, pero en la que brilla la fresca melodía y se experimenta con el protagonismo de las maderas frente al dominio, tan romántico, tan centroeuropeo, de la cuerda. De ahí le viene el nombre de Serenata y en eso puso su empeño el maltés Charles Olivieri Munroe, en conseguir de la ROSS un fraseo fluido, un buen equilibrio entre secciones y una suficiente claridad de texturas que se impusiera a las insuficiencias acústicas del recinto para un conjunto de casi cuarenta músicos. Lo consiguió en general, sobre todo en la segunda mitad de la obra, a la que dotó de una plácida y elegante ligereza. Antes, había manejado tempi acaso demasiado lentos, hasta engolfarse en un Adagio poco sustancioso.

Una de las más poderosas, emotivas y hermosas sinfonías del período Sturm und Drang de Haydn pasó por la batuta del maestro maltés con más pena que gloria a causa de una articulación demasiado laxa, en especial en un minueto sencillamente aburrido (¡y es delito aburrir con un minueto de Haydn!), y acentos que sólo cobraron cierto brío en los movimientos pares. Pareció que Munroe quería quitarse de encima a Haydn como fuera para llegar a Kodály, con el que logró el mayor impacto de la noche, gracias a un tratamiento muy flexible del tiempo, una riquísima matización en las dinámicas y un abandonarse con notable éxito a la fruición rítmica, esa que hace que hasta los espectadores más desinhibidos bailen en sus asientos.

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