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Crítica 'Expediente Warren: El caso Enfield'

Expediente para archivarse y olvidarse

expediente warren: el caso enfield. Terror, EEUU, 2016, 133 min. Dirección: James Wan. Guión: Carey Hayes, Chad Hayes. Fotografía: Don Burgess. Música: Joseph Bishara. Intérpretes: Vera Farmiga, Patrick Wilson, Frances O'Connor, Madison Wolfe.

De entre el torrente de sanguinolenta basura que es la filmografía de James Wan -Saw (rentabilísima vuelta de tuerca al terror gore que alcanza las siete secuelas de las que él sólo dirigió la inicial), Sentencia del muerte, Silencio desde el mal, Insidious 1 y 2, A todos gas 7- lo más presentable (sin tampoco alcanzar grandes resultados) es Expediente Warren: The Conjuring, revisión del tema de la casa poseída por una presencia infernal que es combatida por unos investigadores de lo paranormal.

Todo muy venerablemente anciano ya que en literatura los detectives de lo oculto se remontan al Martin Hesselius de Sheridan Lefanu (1872), el Van Helsing de Bram Stoker (1897), el John Silence de Algernon Blackwood (1908) o el Thomas Carnacki de William Hope Hogdson (1910), por nombrar sólo a los pioneros. En cine habría que remontarse, por referirnos únicamente a los precedentes inmediatos de los actuales, a El exorcista (1973), Terror en Amytiville (1979, precedente más estrecho por basarse en los archivos Warren y ser citada al inicio de esta película), Poltergeist y El ente (ambas de 1982) o la serie televisiva Expediente X (inicio de emisión en 1993).

Expediente Warren: El caso Enfield vuelve otra vez a inspirarse en un supuesto y muy improbable caso real sacado de los expedientes de los investigadores de lo paranormal Ed y Lorraine Warren, esta vez acontecido en Inglaterra y en un entorno poco dado a los sobresaltos góticos: una vivienda social en una zona suburbial de Londres en la que una madre sin pareja de cuatro hijos ha de enfrentarse -cómo no- a demoníacas influencias. Música, efectos, voces roncas saliendo de cuerpos de niñas, juguetes que se ponen en marcha solos, personas estrelladas contra las paredes y quedándose pegadas en ellas, caras horrorosas que se aparecen de pronto... Nada falta en este festival rutinario, previsible, algo ridículo y, para colmo de males, bastante aburrido.

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