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Crítica de Música

Explorando los límites del piano

Desde luego, Liszt no pensaba en las veladas musicales domésticas de la alta sociedad europea cuando realizó sus arreglos de las sinfonías de Beethoven. Más bien pensaría en sí mismo y en sus capacidades al teclado, a la vista de la complejidad técnica que abrigan estas reelaboraciones. Especialmente relevante es esta dimensión performativa en el caso de la segunda sinfonía. Garvayo se zafó con denuedo con esta primera obra de su programa, consiguiendo salir airoso la mayoría de las veces. Atacó con solemnidad los acordes de apertura del Adagio ma non troppo, con tiempo para que se expandieran las nobles resonancias provenientes de la mano izquierda, bien acentuada. La transición al Allegro con brio fue algo rígida y en el resto del movimiento se apreció la dificultad intrínseca para establecer un fraseo fluido y sin rigideces. Mucho más inspirado resultó el Larghetto, abordado con el justo legato y con un espléndido hincapié en la tensión expresiva del pasaje central. La complejidad rítmica y la exigente técnica de pedal no fueron obstáculo para Garvayo en el Scherzo, pero en el tiempo final volvieron a aflorar algunos ataques fallidos y pasajes turbios.

Mucho más homogénea quedó la versión de la Quinta por excelencia. Al fraseo enérgico y el control de las transiciones dinámicas del Allegro con brio le sucedió un Andante con moto sensacional por la ampulosidad y la solemnidad del fraseo. Tiempo justo el del Scherzo, sin precipitar la velocidad en el pasaje fugado, con el énfasis preciso en cada acento, para enlazar con un magnífico crescendo con un Allegro final de perfiles áulicos por la nobleza de los ataques de los acordes iniciales de las frases.

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