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  • La arquitectura de Solinas y Verd combina argumentos propios de la sostenibilidad con razones culturales o sociales

Hay una tradición recuperada por arquitectos como Juan Navarro Baldeweg o Jaime López de Asiaín, que nos devuelve la arquitectura como significativo hecho físico: la gravedad, la ligereza, la luminosidad con sus sombras, la sonoridad o el silencio, el vacío o la rotundidad preñada de la materia, las naturalezas integradas, desfilan ante nuestros ojos alejando el hecho arquitectónico de la virtualidad de la imagen o de los poderosos argumentos de la artificialidad cultural. El camino que tempranamente recuperó Navarro, como acción patrimonial de la arquitectura y el arte, ha sido flanqueado histórica y contemporáneamente por muchas otras arquitecturas. Desde las que se gestan en el combate por la sostenibilidad, entendida primero como añadido de dispositivos bioclimáticos correctores para luego acabar siendo una poética banal socializada, hasta las que mitifican las componentes menos aparentes del espacio arquitectónico (huella y tacto, sonoridad y olfato) elevándolas a argumentación central del proyecto y desplazando la centralidad tectónica del mismo.

Todas las arquitecturas que se desenvuelven en los límites de ese espacio de ensayo y elucubraciones -que hoy son muchas, por no decir casi todas- han abierto un barullo de argumentaciones, ejemplos y trayectorias que merecería ser tratado por la investigación, con el objetivo de encontrar las estructuras capaces de integrarlas en una arquitectura de época, una arquitectura capaz de ofrecer otros gozos espaciales a una sociedad cada vez más instalada en el deseo de lo incomprimible.

Intuitivamente los arquitectos de cuya obra hablamos hoy (premio del concurso internacional de jóvenes arquitectos J5-2002) tratan de todo esto. Y lo hacen pensando en un prototipo de vivienda social -desde criterios de creatividad y sostenibilidad que han logrado para la actuación el Premio de la Asociación Nacional de Promotores Públicos de Vivienda (AVS 2008)- donde el lugar de la casa de familia, el espacio de lo íntimo con un alto grado de privacidad, y del encuentro vecinal, con su integración en el espacio público para extender la experiencia de la calle en la casa y viceversa, se desarrollan ofreciendo una imagen unitaria a la ciudad.

Una estrategia no ajena a la tradición doméstica andaluza que apuesta por la instalación de un mecanismo en el centro de su proyecto (una secuencia de llenos y vacíos de distinto carácter) que le asegure una serie de bondades ambientales, tan necesarias como lujosas, en su formalización. El ajustado programa funcional de la casa -70 metros cuadrados, tres dormitorios- se pliega con dos plantas a la banda lateral para posibilitar la transparencia desde la calle al fondo de parcela y dar cuenta de cada vacío interior: el garaje-zaguán semicubierto construyendo la entrada, la terraza sobre la sala cruzada para recrear las luces del sur y del norte garantizando una ventilación óptima o el jardín trasero-patio del limonero que extiende las vistas y se encuentra discretamente con la comunidad.

Una misma lógica que es llevada al interior, entre la escalera y la cocina, con el ámbito del comedor a doble altura al que se ofrecen todos los elementos de distribución de la casa, significándolo como centro de la misma y esponjando su organización espacial. Allí se evidencian las fugas a los distintos patios privados o al vacío central de la comunidad -tan abstracto como seductor- a través del gran ventanal de la galería superior. El resultado, 70 metros cuadrados que crecen exponencialmente como espacio vital de sus moradores, posibilitando ambientes diferenciados para cada sala o habitación y configurando espacios y atmósferas de gran riqueza expresiva.

Ensayo consecuente con una nueva sensibilidad (lugar común de muchos ciudadanos, arquitectos y promotores) y que evidencia tanto la capacidad y generosidad de los arquitectos al imaginar espacios y relaciones como el buen criterio y empeño de una administración promotora capaz de potenciar una manera de hacer que, apoyándose en la ya obsoleta normativa vigente para viviendas de protección oficial, se lleva a su mejor aprovechamiento y hace presente la cultura del habitar en la arquitectura más actual de la mano de la vivienda social.

Es ahora especialmente necesario, cuando el nuevo Plan Andaluz de Vivienda se pone en marcha con la oportunidad de revisar los modelos más estereotipados del mercado, mostrar como ejemplos de buenas prácticas otras posibilidades de actuación. Aquí se presenta una.

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