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Crítica de Teatro

Fortuna, mundo y amor

José Luis Gómez en su impresionante caracterización, inspirada en el célebre retrato de Picasso.

José Luis Gómez en su impresionante caracterización, inspirada en el célebre retrato de Picasso. / sergio parra

Bajo la dirección de José Luis Gómez, el Teatro de la Abadía se ha convertido en las dos últimas décadas en sinónimo de calidad y rigor teatral. Y si siempre vale la pena ver lo que sale de su factoría, esta Celestina presenta el aliciente añadido de que su propio director, uno de los mejores actores de este país -inolvidable Azaña en este mismo teatro- ha decidido, generosamente, asumir el papel titular.

La Celestina, germen de la novela y del drama modernos, es uno de los textos más ricos y fascinantes de la literatura española, pero también uno de los más difíciles de llevar a la escena.

El tiempo, completamente impresionista, y los espacios son sugeridos por el lenguaje mediante acotaciones enunciativas y desaparecen con él de la boca de sus personajes, que parecen pasarse la vida encontrándose por un mundo oscuro y urbano, y dialogando, porque "el placer no comunicado no es placer".

Es increíble como en un mundo aún casi medieval (la primera edición es la de Burgos, 1499) y, por tanto, teocéntrico, Fernando de Rojas, sin duda judío converso de segunda o tercera generación, logró publicar una "tragicomedia" tan moderna y tan de espaldas a toda religión.

Una modernidad puesta de relieve en el montaje de Gómez, que ha aligerado el texto del exceso de erudición ornamental -deuda al Humanismo italiano- que lo caracteriza y, ralentizándolo con vocación realista, profundiza en la personalidad de cada personaje, proyectado ya por el autor sobre un arquetipo preexistente. Así, ayudados por un vestuario ambiguo, unas luces cómplices de las intrigas, una música llena de vida y un magnífico reparto, van quedando al descubierto la estupidez de Calixto, el ansia de placer de Melibea, que se suicida sin miedo alguno a la justicia divina, el egoísmo y la avaricia de criados y criadas, que ponen en primer plano sus vidas con la misma legitimidad que los poderosos, y el dolor de Pleberio que, frente a los padres del teatro barroco, culpa a la fortuna, al mundo y al amor de todas las desgracias.

Por encima de todos ellos, un impresionante Gómez-Celestina, de acento andaluz pero contenido y matizado, nos ofrece una extraordinaria versión de la más célebre de las alcahuetas.

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