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Cultura

Harrelson en las favelas

En el trecho que va del Cinema Novo de los Rocha, Andrade o Pereira do Santos al renovado éxito internacional del cine brasileño gracias a directores como Walter Salles o Fernando Meirelles y a títulos como Estación Central de Brasil, Ciudad de Dios o esta Tropa de elite, Oso de Oro en el Festival de Berlín y fenómeno de taquilla en su país, hemos pasado de la "estética del hambre" a la "cosmética del hambre". En esos términos habla Ivana Mendes, quien ha analizado en varios artículos cómo el cine brasileño ha renunciado definitivamente al manifiesto programático, cultural y combativo de aquellos tiempos convulsos y reivindicativos para abrazar el "convencionalismo y la glamourización del mainstream cinema internacional, cuando no a una mercantilista espectacularización de la violencia".

Territorios como el sertao o la favela, núcleos simbólicos de resistencia y de reivindicación ideológica de una cierta identidad de los desfavorecidos, siguen siendo hoy protagonistas de este nuevo cine brasileño exportable, aún cuando el perfil de marginalidad de su topografía viene a ocupar más bien un exótico y reconocible paisaje de fondo para el desarrollo de estrategias que tienen que ver más con las fórmulas del cine comercial norteamericano o con ciertos tópicos enmascarados que con un verdadero acercamiento a las dinámicas sociales y culturales que los rigen.

Para marcar distancias, habrá quien quiera leer Tropa de elite como el contraplano de Ciudad de Dios, en tanto que la cinta de Padilha se aproxima y posiciona (con complacencia) a un lado de la ley (el policial, el del sistema), mientras que la de Meirelles se recreaba con abundante juego de artificio en las dinámicas delictivas de las bandas criminales de la favela a través de la fábula aleccionadora.

Nada más lejos de la realidad. Tropa de elite y Ciudad de Dios comparten un mismo discurso, y éste no es otro que el del formato que ambas asumen sin fisuras para representar y narrar una cierta realidad marginal. Camufladas bajo una estética pseudodocumental, las dos películas hacen de la favela un espacio cinematográficamente habitable, a saber, un perfecto campo de batalla en el que se dirimen los tópicos habituales del género bélico actualizados y convenientemente maquillados con utillería propia de la posmodernidad. Tanto Padilha como Meirelles deciden espectacularizar la historia (ambas cintas subrayan la condición de estar basadas en hechos reales) y jugar narrativamente con ella (saltos adelante y atrás, congelados, voz en off y música omnipresentes), arrastrando al espectador a una vorágine que le impide posicionarse en otro lugar que no sea el del propio punto de vista del filme. Un punto de vista unívoco, por supuesto. Porque a pesar de su apariencia de crónica abierta, a pesar de sus impulsos periodísticos, a pesar de su aparente discurso crítico sobre la ley y el orden, Tropa de elite pasa como una apisonadora sobre las cuestiones peliagudas que pone encima de la mesa: la corrupción policial, la reivindicación de las fuerzas especiales militarizadas como única opción para hacer frente al crimen organizado, la necesidad de preparar a las nuevas generaciones para perpetuar el status quo, el desequilibrio social y de clase como origen del conflicto, el papel de los intelectuales y los universitarios frente a la realidad…

Padilha se atreve a tocar todos estos palos con la suficiente astucia y superficialidad como para aparentar complejidad y caos, cuando lo que en realidad se impone en su discurso es el efecto de la aventura, la persecución, el tiroteo, el thriller, el show de la violencia para el consumo masivo y complaciente.

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