Crítica 'La dama de oro'

Si no fuera por Helen…

La dama de oro. Drama, EEUU/Reino Unido, 2015, 110 min. Dirección: Simon Curtis. Guión: Alexi Kaye Campbell. Fotografía: Ross Emery. Intérpretes: Helen Mirren, Ryan Reynolds, Daniel Brühl, Katie Holmes, Max Irons y Tatiana Maslany.

Si el guionista más imaginativo hubiera inventado una historia así, el espectador más inocente no la habría creído. Pero es la historia quien escribió estos hechos verdaderos. Entre 1904 y 1907 Gustav Klimt retrató a Adele Bloch-Bauer, esposa del magnate vienés Ferdinand Bloch-Bauer y mecenas de las artes. Adele falleció en 1925, legando en su testamento estas y otras obras de Klimt -fue la única mujer retratada dos veces por el pintor- a la Pinacoteca Nacional de Austria tras el fallecimiento de su marido. Al producirse la anexión de Austria por la Alemania nazi en 1938 Ferdinand Bloch-Bauer, judío al igual que su esposa Adele, huyó a Suiza y su colección de arte fue confiscada. Los nazis llamaron al retrato de Adele La dama de oro para borrar el nombre judío de la retratada. En su testamento, rectificando el de su esposa tras la experiencia del Holocausto en el que perdió gran parte de su familia, Ferdinand legó sus obras de arte a sus sobrinos. Tras la guerra el gobierno austríaco, amparándose en el testamento anterior de Adele, conservó la propiedad de las obras. Hasta que en 1998 una de sus sobrinas, Maria Altmann, alertada por las investigaciones del periodista Hubertus Czernin sobre la procedencia del cuadro, inició una batalla legal para recuperar el famoso retrato que, al final, ganó. Hoy el cuadro es la joya de la colección Lauder en la Neue Galerie de Nueva York.

Esta historia apasionante hasta el punto de resultar increíble de no ser cierta ha sido convertida en guión por el autor teatral Alexi Kaye Campbell, jugando acertadamente con los tres tiempos claves de los acontecimientos -1907, 1938 y 1998- para reconstruir la historia exprimiéndole el encanto (la Viena capital mundial del arte), la tragedia (la persecución de los judíos en la Austria nazi) y la emoción (la demanda y el proceso) de cada momento. Desafortunadamente lo dirige Simon Curtis, criado en las series de prestigio británicas (suyas son un David Copperfield y un Cranford) que están muy bien para la televisión pero no facultan para el cine. La corrección académicamente plana de estas series se queda chica para la pantalla grande. Curtis lo demostró al desinflar un gran tema -el rodaje de El príncipe y la corista- en Mi semana con Marilyn y ahora lo vuelve a demostrar al ser incapaz de recrear el encanto, la tragedia y la emoción que el guión pretendía extraer de la historia de Adele Bloch-Bauer y María Altmann.

Afortunadamente está de por medio la siempre enorme Helen Mirren (tan grande que ha logrado que olvidemos sus terribles orígenes cinematográficos con El mesías salvaje, Calígula o Un hombre de suerte) que compensa con la desmesura férreamente controlada de su inmenso talento interpretativo la plana y sosa flacidez televisiva de Curtis. Cada segundo que está en la pantalla es de oro, como la dama del retrato por el que lucha. El problema se plantea cuando Curtis se queda solo ante el peligro de su falta de nervio en los flash backs. Entonces la película se desinfla hasta que reaparece Helen Mirren y la resucita.

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