Jorge Pardo se niega a reducir la música a "cuotas y tantos por cientos". Por eso, el artista que dio a la flauta pleno rango de instrumento flamenco y que pasó la infancia escuchando a Bach, Jimi Hendrix, Pepe Marchena y Bing Crosby ni siquiera ofrecerá hoy, en su cita con el ciclo Jueves flamencos de Cajasol, un concierto. Será más bien, precisa, "una reunión de músicos tocando muchos palos de flamenco, pero también improvisando mucho", debilidad que le viene, en parte, de su destreza jazzística, otra de las músicas que en su adolescencia empezó ya a formarlo como lo que luego fue: uno de los músicos flamencos más singulares, rigurosos y cultos de este país, colaborador e íntimo de Paco de Lucía y Camarón e invitado de lujo en los discos y directos de algunos grandes nombres del jazz, como el inefable Chick Corea.

Con Juan Diego (guitarra), Tomasito (bailaor "y showman") y El Chispa (percusión), Pardo tocará "una alegría que Camarón le cantaba siempre a la madre de La Perla", tangos y bulerías. Todos juntos, dice, tratarán de que "surja el arte, ya que no se puede provocar", entregándose a una fórmula tan elemental como difícil de conseguir: "Química y vivencia. Eso es música, lo que le importa al público. Eso es la música en directo: gente que está viviendo una historia que es verdadera, no un trabajito por el que te pagan 200 euros o lo que sea".

A Jorge Pardo (Madrid, 1956), a diferencia de muchos otros colegas, le gusta hablar. Y trufa su discurso de enjundiosas reflexiones sobre, por ejemplo, el provincianismo de los mitos identitarios y la hermosa universalidad de las músicas: "El flamenco es la hostia, sí, yo estoy con los que piensan así. Pero el flamenco no vino a Andalucía desde Marte. El flamenco ha sido hecho en el mundo y por personas. Por mucho que nos queramos diferenciar, somos lo mismo, aquí y en la Isla de Borneo, porque nos gustan y nos disgustan las mismas cosas, y la música no escapa a esto".