Crítica de Flamenco

El Junco en rama

En esta obra El Junco canta. El Junco recita. El Junco imita. El Junco se queja de que no lo llamen para participar en la Bienal. Y hasta baila. La obra propone muchas cosas, todas en bruto. Cosas muy interesantes esparcidas sobre la escena tal y como han ido cayendo. El titular de la compañía hace dos bailes de mucha enjundia, soleá por bulerías y farruca. Y Susana Casas le da la réplica por seguiriyas con castañuelas y soleá. También hay una evocación del mundo de los tablaos con fandangos, tarantos con tangos del Junco, una delicia de sabor y compás, a pesar de tratarse de una minucia, y caña a dúo de los dos bailaores.

Al principio del espectáculo se propone algo que no se retoma hasta 75 minutos más tarde. Algo en crudo, un apunte biográfico del bailaor, que regresa hacia el final del espectáculo cuando El Junco aparece en escena con su hijo. El niño dialoga con desparpajo con el padre sobre flamenco y sobre la vida del bailaor. Al final se sube a la escena la familia al completo, El Junco recita un tanguillo de composición propia en el patio de butacas, le canta por alegrías a su mujer y por bulerías a su hijo, que baila hip hop, y su hermano Roberto hace la escobilla de las cantiñas. Todo queda en familia. La obra ganaría enteros si tuviera una dirección artística y también una puesta en escena profesional. Pero esto es lo que hay, El Junco a lo bruto. Con una bulería por soleá pletórica de compás, eléctrica. Y una farruca muy sentimental, seria, solemne, con guiños a los grandes creadores de este baile, incluido Gades, con el que El Junco comparte una cualidad, la estilización de su danza. Susana Casas estuvo portentosa con los palillos y puso en escena también la bata de cola y el mantón.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios