Cultura

Lecturas para pasar frío

  • Historias de expediciones polares, relatos preocupados por el medio ambiente o novelas negras: diez títulos con hielo y nieve que ayudarán a refrescar las calurosas tardes de verano

Michael Fassbender, en el papel del detective Harry Hole, en la adaptación cinematográfica de 'El muñeco de nieve'.

Michael Fassbender, en el papel del detective Harry Hole, en la adaptación cinematográfica de 'El muñeco de nieve'.

Con agosto crecido y vencidos por un calor de promesas apocalípticas, nada mejor que la autosugestión para sobrellevar unos termómetros cansados de canícula. Los libros ofrecen, como para tantas cosas, un auxilio silencioso e imbatible. El calor es menos calor con la sugestiva imagen del Endurance en la mente. Aquí van una serie de títulos para pasear por lo más crudo del crudo invierno.

Sueños árticos. Barry Lopez. Publicado en 1986, Sueños árticos es la bellísima crónica del norte que le valió a Barry Lopez el National Book Award, recuperado ahora por Capitán Swing. Escrito desde un profundo amor, y desde un amplio conocimiento, hacia la maravilla helada que se extiende bajo la estrella polar, el texto de Barry Lopez sirve de testimonio medioambiental, histórico y antropológico. Desgrana los comportamientos de cada una las especies que se las arreglan para sobrevivir sobre, bajo, al borde del hielo; de las peculiaridades de una latitud tan extrema y de la adaptación humana a ella; del choque que ha supuesto para su equilibrio la entrada del hombre occidental en sus fronteras: un daño que ha ido incrementándose geométricamente según ha ido pasando el tiempo. Si las luces rojas ya estaban encendidas a mediados de los ochenta, es desolador pensar lo que está ocurriendo en la actualidad.

Carrera al límite. Ross D. E. MacPhee. El American Museum of Natural History edita este volumen -de soberbia edición y magníficamente ilustrado- que relata el recorrido de las expediciones de Amundsen y Scott en su conquista del Polo Sur. Repasa los primeros viajes a la región antártica, las incursiones anteriores -el asentamiento previo, en 1909, fue tan surrealista que Shakelton juró que jamás volvería a embarcase en otro proyecto con Scott- y realiza un perfil de los distintos protagonistas de la carrera por el último confín conocido, en 1911. En sus páginas, recoge y documenta cuestiones como las comidas, cómo se reparaban los patines y trineos, con qué animales contaban, el inventario de suministros, documentación abundante sobre los numerosos apuntes científicos o cómo aprovechaban los ratos muertos -ahí está el The South Polar Times, el periódico más singular jamás publicado-, así como mapas, telegramas y documentos manuscritos, como el diario de Scott.

Endurance. Alfred Lansing. Si increíble fue, para muchos, la suerte corrida por Scott y sus compañeros, no menos increíble -en un curioso reverso, a la par crudo, luminoso y absurdo, del destino- resultó la conclusión que vivieron los tripulantes del Endurance. En 1914, inasequibles al desaliento tras el desastre que se había tragado a sus compatriotas británicos unos años antes, un barco capitaneado por el irlandés Shakelton zarpó hacia la Antártida con el objetivo de cruzar el continente helado. Las fotos del buque, crujiente y encajado entre los hielos, se encuentran entre las imágenes más impactantes y famosas de la historia moderna. Cómo sobrevivieron y, posteriormente, escaparon de aquel ataúd flotante es una gesta espeluznante y milagrosa que recreó, en su relato más conocido, el periodista Alfred Lansing.

El sepulcro de hielo. Clive Powell-Williams. La editorial Poliedro publicó este título sobre la desafortunada incursión de unos jóvenes británicos que, fascinados por el aura que rodeaba las expediciones polares, decidieron seguir a un aventurero vividor (Jack Hornby) que proclamaba haber sobrevivido en la bahía de Hudson sin víveres, cazando y pescando. El sepulcro de hielo recoge los fragmentos del diario de un joven de 17 años que murió -básicamente, de hambre- junto al resto de la expedición. Un testimonio que nos hace comprender que los relatos de valor y heroicidad suelen cobijarse a la sombra de fantoches, y que la supervivencia en lo extremo es una labor miserable, indigna y agonizante.

El muñeco de nieve. Jo Nesbo. Nieve y sangre conforman un tándem imbatible que ha dado inolvidables momentos de escalofrío y calor a los habitantes de los países nórdicos, primero, y al resto del mundo, en cuanto prendió la moda. Jo Nesbo fue uno de los primeros nombres (con permiso de Mankell) que nos llegaron desde el frío y lo criminal. De las aventuras de su detective, Harry Hole, tomamos la que clama a invierno inevitable, y la que verá su adaptación al cine, protagonizada por Michael Fassbender, antes de que termine el año.

La tormenta de nieve. Johan Theorin. Theorin realizó una tetralogía con la isla sueca en la que pasaba los veranos de su infancia como principal escenario. El novelista se sirve de gran parte de las historias y leyendas tradicionales del lugar para levantar el armazón de sus historias. La tormenta de nieve es el título que se desarrolla durante los meses de invierno, en una trama en la que tan importante es la resolución del crimen que abre sus páginas como la presencia -eléctrica, callada y palpable- de los fantasmas que pueblan todo el relato.

Postales de invierno. Ann Beattie. Publicada hace años por Libros del Asteroide -es difícil leer el hermoso prólogo de Rodrigo Fresán y no animarse a ir más allá-, Postales de invierno está considerado un indispensable de la narrativa norteamericana. Alumbrada por la música de principios de los 70, la novela recrea el afán neurótico de un joven que vive una historia de amor en la incertidumbre. Todos hemos estado ahí, como dice Benítez Reyes, "en algún punto entre la obsesión patológica y el amor cortés, es decir, lo normal". Beattie habla, arropada por el helor del invierno en Utah, de la importancia de las pequeñas cosas, de la capacidad para tejernos nuestro propio relato y de cómo teñir de melancolía una historia que podría ser feliz, o quizá era al contrario.

Dark Matter. Michelle Paver. En inglés. Paver recrea con habilidad la delicada atmósfera de un cuento de fantasmas situado en la base de una expedición científica en Longyearbyen, el principal asentamiento de las islas Svalbard, en pleno Círculo Polar Ártico. En la década de 1930, un joven británico, hastiado de la grisura de su vida, se ofrece voluntario en una expedición al remoto archipiélago. Distintas circunstancias hacen que tenga que pasar, en la más absoluta soledad, las semanas en torno al solsticio invernal. Conforme la noche continua se acerca, aumenta la sensación de pérdida de sentido de realidad, así como la convicción en que existe una presencia sobrenatural que acecha.

La niña de nieve. Eowyn Ivey. La creencia atávica de que un muñeco de nieve puede cobrar vida y sentarse junto al fuego a autodestruirse plácidamente junto a nosotros queda impresa en nuestro cerebro reptiliano cuando somos niños y ya nunca nos abandona. Eowyn Ivey retomó una historia que aparece también dentro del folclore ruso, con un cuento tradicional del mismo nombre, para narrar una historia que le valió ser finalista del Premio Pulitzer y en la que viene a hablar del valor de los refugios. Una pareja sin hijos, en un remoto confín de Alaska, ve aparecer de repente, en la plena y letal nada del invierno, a una niña que parece haber surgido de lo profundo del bosque.

El gran frío. Rosa Ribas. La segunda entrega de la radiografía de posguerra que realizaron Rosa Ribas y Sabine Hofmann en la figura de la periodista Ana Martí. Aquí, trasladan a su protagonista de su escenario habitual (Barcelona) hasta un remoto pueblo del Maestrazgo. En uno de los inviernos más fríos que se recuerdan en España, la redactora investiga el misterioso caso de una adolescente a la que le han salido estigmas en las manos.

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