Crítica de Música

Luces y sombras del clasicismo vienés

El bien ganado prestigio de Andreas Staier y el recuerdo del maravilloso Bach que nos ofreció Seiler en el Femás 2012 ponían muy altas las expectativas para el concierto de anoche. Por ello resultó un tanto decepcionante su primera parte, a lo que contribuyó la escasa calidad de la sonata D 384 de Schubert con la que se abrió, que generosamente calificaremos de música de serie B. El sonido de Seiler -sin apenas vibrato y por tanto muy expuesto- resultó canijo y con leves pero persistentes problemas de afinación en el registro medio; aunque la perfecta conjunción, la elegancia del acompañamiento de Staier y la sutileza del fraseo estaban siempre ahí, incluso en la sonata en la mayor de Mozart la lectura pareció somera, muy al modo del intérprete objetivo, sin demasiada aportación interpretativa de los ejecutantes.

Las magníficas Bagatelas de Beethoven con las que un siempre seguro Staier abrió a solo la segunda parte sacaron partido pleno del excelente sonido de su fortepiano -copia de un Graf de 1819-. Con ellas el alemán abrió el muy diferente camino por el que discurrió el resto del concierto: allí aparecieron los matices y sonoridades a los que se asió Seiler para ofrecernos una sonata D 574 llena de colores y hasta de sabores, con, ahora sí, riesgos en los ataques -mordidos unos, casi suspirados otros, en portamento algunos-, dinámicas extremas, tempos arriesgados y flexibles, vigor en los allegros y un gran detallismo en el fraseo, de dinámicas sutilísimas.

Mención aparte merece la sincronía extrema de ambos músicos, que nada sufrió pese a esa flexiblidad en el pulso, y el exquisito equilibrio entre ambos instrumentos: humilde acompañante Staier muchas veces, pero también Seiler en su turno.

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