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Mundo y delirio

  • Juan José Millás vuelve a explorar las fronteras entre el mundo real y la fantasía en la novela 'Que nadie duerma', la historia de una "mujer pájaro" en el precipicio de la soledad, el amor y la venganza

Juan José Millás (Valencia, 1946) presentó su nueva novela con el Centro Andaluz de las Letras.

Juan José Millás (Valencia, 1946) presentó su nueva novela con el Centro Andaluz de las Letras. / Belén Vargas

Así, a bote pronto, todo es presuntamente normal. Baja del taxi, saluda con la mano tímida, mira con los ojos fijos. Nadie garantiza, sin embargo, que quien está delante sea Juan José Millás. Así son las cosas. Pero, si realmente lo es, tienen ante ustedes a un hombre con la escritura detenida en el perímetro del asombro. También a un periodista interesado en esa verdad de acontecimientos irreales que suceden con discreción en el centro mismo de la calle. Y, por supuesto, a un novelista dotado con un ajuar de extrañezas que se despliega a cada poco en una autenticidad de ficciones. Es lo que ocurre con su última novela, donde casi todo es irreal salvo la realidad misma. Que nadie duerma es el título. Y la acaba de publicar Alfaguara.

"A mí me gusta mucho introducir lo fantástico en lo real porque de ese modo se descubre también lo que de fantástico hay en lo real. Es decir, la realidad es una ficción, una fantasía, un consenso. Nos hemos puesto de acuerdo en qué es la realidad, pero cuando tú coges un personaje que vive en esa realidad, pero no está en ese consenso, se produce una incomodidad, una extrañeza, una perspectiva nueva. Hay un punto de vista nuevo para observar la realidad. Creo que el delirio de mis personajes compite con el delirio de la realidad. Y a veces la realidad delira más que mis personajes", señala Millás, un tipo ferozmente literario con esa voluntad tan suya de ser, más que narrador, narración en sí mismo, relato, casi ficción, insólita presencia.

El personaje es, en esta ocasión, Lucía. Una "mujer pájaro" que al perder su trabajo como programadora informática encuentra en el taxi una salida laboral insospechada. Y, sobre todo, sentimental. Se enamora de un vecino que escucha Turandot, la ópera de Puccini, cuya música le llega a través de la rejilla de ventilación del baño. Y desde ese momento, su existencia asume un destino: saber más de ese hombre, abrazarlo, descifrarlo y hacer el bien a los clientes que se suben a su Toyota Prius. También escuchar reiteradamente el aria Nessun Dorma, confundir voluntariamente el mapa de Madrid con el de Pekín, amar los pájaros y esperar. Esperar a ese desconocido del que se enamoró, un actor de teatro sin fortuna. Todo real. Y todo rabiosamente trastornado.

¿Qué obsesiones de Millás hay detrás de Que nadie duerma? "Han sido varias las cosas que se han cruzado", dice él. "Una de ellas, una tía mía, algo lejana, de la que se decía, cuando yo era pequeño, que hubiera llegado dónde hubiera querido si no le cortan las alas... Para mí, la imagen es brutal: unas tijeras cortando las alas a una mujer. Mi personaje, Lucía, es una mujer a cuya madre le cortaron las alas y ella no está dispuesta a pasar por lo mismo y coge las riendas de su vida, el volante de su taxi si lo prefieres. La cocina del escritor es muy extraña porque hay novelas que empezamos a escribir hoy que se empezaron a fraguar hace 20 o 30 años. Pero también está la imagen de mi madre, que le gustaba coger taxis. No podía permitírselo y ahorraba para ello. Recuerdo el placer de ir en taxi y la angustia recaudadora del taxímetro".

En ese punto, Millás convierte el taxi en un territorio narrativo lleno de sugerencias. "El taxi es un símbolo muy contradictorio. Es un espacio cerrado y, al mismo tiempo, es un espacio de libertad. Es una burbuja, pero dentro de él nos atrevemos a decir cosas que no confesaríamos ni a la mujer, ni al marido, ni al mejor amigo. El taxi crea un estado de intimidad provisional que genera mucha sinceridad. Ocurre igual cuando haces un viaje largo en avión y te toca al lado alguien locuaz. Sin darte cuenta, le cuentas tu vida o él te la cuenta a ti. Además, creo, son oportunidades únicas para reflexionar sobre nosotros mismos porque, claro, a tu mujer no le vas a contar tu vida porque la conoce, pero necesitamos hacerlo con alguien para encontrarle significado".

Con ese material inflamable incrustado entre los parietales, Millás gasta en Que nadie duerma una escritura limpia, precisa, dotada, en ocasiones, de esa combustión suave de un lenguaje que nunca se estropea. Uno la va leyendo sin saber muy bien dónde desembarcará todo esto, dónde naufragaremos desde que todo se disparata en la infancia de Lucía. "La niñez es un territorio importante, un país. Y tiene mucho que ver con la madurez. Quizás se trata de un lugar del que huimos hasta llegar a la vejez y ya ahí parece que la podemos contemplar con otra perspectiva. Además, a medida que te haces mayor, encuentras más materiales, más sugerencias a esa etapa. La infancia y la vejez se parecen mucho. Tiene oscuridad y confusión, como decía John Cheever".

En esta línea, Millás explica que "es una novela de contrarios porque la vida está hecha de contrarios". Así, sitúa a Lucía en un campo de juego donde se mezcla lo cotidiano y lo extraordinario, como si algo sucediera en esta historia más allá de la historia misma. De un lado, ella es la Turandot de la ópera, que rechaza a los hombres pero espera al individuo capaz de resolver los tres enigmas necesarios para aceptarlo como compañero. Por otro, es un Quijote con automóvil que dispensa bondad entre sus clientes. Igual se apiada de un abogado con un cáncer terminal que de un periodista congestionado de dudas. Todo es asumido y acariciado por ella, fijada en la novela como una "falsa delgada" con problemas para tomarle las medidas a la realidad.

Por último, Lucía es una mujer libre, que lucha por serlo. Casi en un presente vivo. "He seguido con mucho interés todas las manifestaciones del Día de la Mujer", señala Millás. "La manifestación, aparte de todas las reivindicaciones feministas legítimas, recogía un malestar más general que compete a toda la sociedad. Y siempre cito un lema que vi en la concentración de Málaga que decía: Este mundo no nos gusta y lo vamos a cambiar. A mí tampoco me gusta este mundo y, si hay alguna posibilidad de cambiarlo vendrá de ahí, del feminismo, porque los hombres están muy atrapados en el sistema. Ellas pueden liderar ese cambio. Claro que lo importante es que no se dejen instrumentalizar por ningún partido político. El 15-M se diluyó cuando se codificó en una fuerza política. Espero que ahora no ocurra así. Ojalá".

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