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Crítica de Música

Noche de aniversarios

Orquesta ciudad de granada

XIV Festival de Música Española de Cádiz. Solistas: L. Valero, mezzosoprano; D. Riva, piano. Director: C. Soler. Programa: Enrique Granados y Manuel de Falla. Lugar: Gran Teatro Falla. Fecha: 26 de noviembre. Aforo: Tres cuartos.

Juntaba en este concierto la Orquesta Ciudad de Granada varias conmemoraciones centenarias: los cien años de la muerte de Enrique Granados, que lo eran también de su Danza de los ojos verdes que abrió la velada; los cien años del estreno de El corregidor y la molinera de Falla, la pantomima que tres años después se convertiría en el ballet El sombrero de tres picos, presentado con apoteósico éxito en Londres.

El conjunto granadino posee un sonido de extremada finura, con un empaste y un equilibrio entre secciones que son el resultado de reunir unos primeros atriles excelentes y años de trabajo en repertorios (mucho Barroco, mucho Clasicismo) que obligan a escucharse entre sí, a no violentar el fraseo, a la articulación nítida. Esa claridad estaba ya ahí en la primera obra de Granados que, sin embargo, sonó demasiado adusta, sin brillo. Peor le fue a Elisenda, una suite para orquesta de cámara y piano obligado que apenas se programa y a la que Cristóbal Soler no sacó en ningún momento de su ensimismamiento: música dulce, sí, pero sin garra, sin tensión, alicaída, muerta. Muy secundario el papel otorgado al piano de Douglas Riva.

Se elevó algo la temperatura con las majas del maestro leridano, primero la orquestación de tres de ellas por el propio Soler, después la orquestada por Albert Guinovart de otra sacada de la ópera Goyescas. Las cantó Lorena Valero, mezzo de voz poderosa pero irregular, bien proyectada, pero con un vibrato que dificulta la inteligibilidad y un apreciable cambio de color entre registros, con algunos problemas de definición en la zona más grave. No es fácil hilar los motivos yuxtapuestos de la pantomima de Falla, una discontinuidad que ha convertido esta partitura en una rareza, pues el público prefiere la redondez del ballet posterior. Soler lo afrontó buscando la flexibilidad del fraseo en una versión de quiebros y requiebros agógicos y bien matizadas dinámicas.

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