arte

Paisajes, interiores y carteles

  • La Casa de la Provincia acoge una retrospectiva del pintor sevillano Joaquín Saénz, fallecido en julio del año pasado, en la que pueden verse por vez primera varias piezas de su propia colección

Un ilustre geógrafo diferenciaba entre el mapa y el paisaje. El mapa se hace para orientarse en un medio y, a veces, para dominarlo. La pintura de paisaje, por el contrario, recoge el desconcierto que produce sentirse de súbito en un medio donde el cuerpo se ve interpelado por señales e imágenes muy diversas sin que logre definirlas del todo. La tentación del paisajista es rehuir ese torbellino, y esperar a que todo se asiente. Si actúa así, no hará un mapa, pero sí una escenografía. Pintará algo que está sin duda ahí, pero fuera, y por tanto congelado. El pintor entonces sólo diseña un decorado, más o menos grato.

En los paisajes de Joaquín Sáenz (Sevilla, 1931-2017), sobre todo en sus vistas del campo se palpa la sorpresa (o la desazón) que provoca el enclave natural. Los cuadros con mayor interés son justamente los más sencillos porque en ellos se rastrea el difícil diálogo entre pintor y paisaje. En esos cuadros no son necesarias edificaciones que marquen los sucesivos planos y aseguren la profundidad. Es la pintura misma, con sus ritmos, la que hace crecer poco a poco el paisaje. Se advierte en cuadros de muy distintas fechas: Apunte del paisaje de Morón (1967), Apunte de la loma (1972), Campos de Conil (1989) o Casa entre verdes (1998), cuya estructura es más complicada.

La muestra es excesiva: el comisario de la misma debió hacer, pero no hizo, una labor de selección

El desconcierto del paisaje no equivale siempre al encuentro repentino. Hacerse cargo del entorno natural y su complejidad brota a veces de una acumulación de sensaciones que se dilata a lo largo del tiempo. El cuerpo guarda impresiones y tiende a su vez relaciones, en un continuo toma y daca con cuanto lo rodea. Teje así una red que, en algún momento, convierte el entorno familiar en un interrogante que demanda una respuesta poética. Ésta es es la clave de otros paisajes de Joaquín Sáenz, especialmente los de las playas de Conil, como Lejanía en la playa y Playa de bateles desde la Atalaya (ambos de 1998) y el sugerente esbozo Invierno en la playa (1990).

Algo diferente ocurre en los paisajes urbanos. En ellos domina la mirada del paseante que, en complicidad con la memoria y la fantasía, reconoce la dignidad de un lugar casi olvidado (La casa de la Moneda), la cercanía de un espacio sencillo que se recorre cada día (Cine Ideal) y que el autor lleva a un valiente primer plano apenas suavizado por las ramas de un árbol, o el reconocimiento de un lugar visitado bajo las luces que lo bañan en distintos momentos del día o el año: es el caso de los mejores paisajes de Triana desde la orilla izquierda del río.

Estos paisajes son quizá las obras más interesantes de las expuestas, si se exceptúan los cuadros de la Imprenta de San Eloy que tal vez podrían haberse completado con el del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo y otros que hasta hace pocos años conservaba el autor. Son, con los paisajes, las obras más destacadas de Joaquín Sáenz. Iniciadas con inseguridad en el rigor artístico del motivo (tal vez porque era demasiado próximo), los sucesivos cuadros fueron dando solidez y coherencia al proyecto. Fernando Zóbel supo ver el alcance de esos cuadros y animó al autor a continuarlos. Entre los apuntes de Zóbel hay varios esbozos de un tema reiterado por Joaquín: el patio de máquinas de la imprenta. La sala donde se exponen estas obras, enfrentando las dos vistas del muro del reloj, dejan que entre ellas se sucedan las vistas del patio de máquinas. Es el recinto más consistente de la muestra.

A los paisajes y a las obras de la imprenta hay que añadir los carteles y algunos retratos. El cartel del Cristo del Cachorro era un reto al que Sáenz respondió con solvencia, pero quizá el más logrado fue el dedicado a la primera Bienal de Flamenco (1980): hace reposar la antigua vista de Sevilla bajo el mantón de Manila, uniendo delicadeza y sensualidad. Entre los retratos destaca destaca de modo especial el que realizó al carbón de su mujer, Carmela.

La exposición es excesiva en número y en heterogeneidad de obras. La demasía en número hace que a los cuadros les falte espacio y se vean afectados y aun contaminados por los más cercanos. Con heterogeneidad quiero decir la notoria diferencia de calidad que hay entre las obras expuestas. Algunas son estudios que no desembocaron en cuadros, otras son piezas en las que el autor sólo quiso reflexionar sobre obras o problemas pictóricos concretos, y otras son trabajos que no llegaron a madurar. Exponer de este modo todas las obras sin la selección que debe anteceder a la muestra (que es el quehacer del comisario) termina perjudicando al autor. Algo que no llega a ocurrir en esta exposición porque muchos conocemos la obra de Joaquín Sáenz e intentamos hacer por nuestra cuenta la selección que debió hacer (y no hizo) el comisario.

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