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Crítica de Cine

Philip Roth es demasiado para McGregor

Ewan McGregor y Jennifer Connelly, en un fotograma de la cinta.

Ewan McGregor y Jennifer Connelly, en un fotograma de la cinta. / d. s.

No tiene suerte Philip Roth con el cine. Ni Indignation de Schamus, ni La sombra del actor de Levinson, ni Elegy de Coixet, ni la que tal vez sea la mejor de todas, La mancha humana de Benton, han hecho justicia a su universo. American pastoral, tampoco. Queda muy por debajo, no de la novela, porque comparar cine y literatura es tan habitual y tentador como absurdo, sino de las formidables posibilidades dramáticas que ofrece al cine. La soberbia, como es sabido, es un pecado capital. Y Ewan McGregor, actor mediocre del que sÓlo soy capaz de recordar dos o tres grandes interpretaciones en su larga y superficial filmografía, lo ha cometido al pretender debutar como director enfrentándose a la primera novela de la Trilogía americana de Roth, formada por Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana.

Es demasiado para McGregor esta gran obra densa, áspera, compleja, amarga, que trata de la quiebra del sueño americano a través de un personaje que cree firmemente en él porque lo ha visto cumplido en su propia vida de éxito logrado gracias al esfuerzo y la honradez. El sueño americano no es un engaño o un espejismo: fue real y ahora -la acción gira en torno a los años 60- se resquebraja por efecto de unos terremotos políticos y sociales que parecen sacudir a los Estados Unidos desde sus propios cimientos.

El paralelo derrumbamiento del protagonista (que ve con horror y desolación como su hija se transforma en una radical envuelta en una trama terrorista) y de su mundo de certezas y valores americanos (magnicidios de los dos Kennedy y Luther King, Vietnam, violencia social, terrorismo) necesitaban un director, no necesariamente con más experiencia, pero sí con más, mucho más talento. Con buena voluntad y pulcritud de estilo, lo que McGregor nos ofrece es un resumen de la trama de la novela, como si fuera la información de la contraportada o la solapa.

Están algunos hechos y personajes esenciales, pero falta su fuerza dramática y sobre todo su potencia para representar un momento de la historia americana. En la novela los personajes y las situaciones concretas se convierten en símbolos del desplome estadounidense de los años 60, mientras que la película se queda en melodrama familiar y generacional. Un texto tan potente exige una adaptación libérrima, un duelo entre gigantes en el que el director esté, en lo suyo, a la altura del escritor. Importante en este desfase es el disparate de poner esta grandísima novela en las manos de John Romano, un mediocre guionista televisivo cuyos créditos cinematográficos -Crueldad intolerable, Noches de tormenta, El inocente- debían haber aconsejado no contratarle.

McGregor, cometido el pecado de soberbia de debutar adaptando a partir de un mal guión una de las más famosas y mejores novelas de Roth, adopta una actitud modesta de sometimiento al texto, de ilustrador de su resumen argumental. No puedo entender por qué este hombre se ha metido en este fregado. Se reserva además el papel protagonista, inconsciente de que no tiene recursos dramáticos para afrontar un personaje tan complejo. Dirige mal -o hace lo que puede con ella- a Dakota Fanning y logra que Jennifer Connelly cumpla. La única virtud de la película es animar a algunos de sus espectadores a leer la novela. ¡Pero qué sorpresa se van a llevar!

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