Crítica de Flamenco

Piedra y lujuria de lo jondo

Dos espectáculos muy diferentes. Y quizá por ello complementarios. Antonio Moreno presentó una obra adusta, sobria, esencial. Hay un trabajo formidable de depuración y estilización de las formas flamencas clásicas para reconducirlas a la percusión contemporánea. Una labor enorme de transcripción. También una impactante, aunque muy sencilla, puesta en escena. Moreno tocó la percusión tradicional flamenca, con la excepción del cajón: las palmas, los pies, los nudillos en la mesa: esto último inspirado en la tradición y también en Carmen Amaya y quizá en el Negro del Puerto, por los vidrios, pero llevado a un nivel técnico y estilístico notable.

Moreno acompañó a Amador por soleá con la mesa, también con una copa de agua, una serie de botellas, un plato y un tenedor, y no echamos de menos, en absoluto, la guitarra. La necesaria austeridad armónica y melódica la compensó con creces Moreno con una gran variedad tímbrica: a todo lo dicho hemos de sumar varas, piedras, marimba, batería, caja, gong ... instrumentos que naturalizó con propiedad en el país de lo jondo. Las transcripciones de las que hablábamos se refieren a Montoya en la rondeña y en el acompañamiento de la taranta, y también a la caña. Moreno hace un prodigio de polifonía en la rondeña transcribiendo arpegios, trémolos y demás recursos de la guitarra. No nos falta nada y además entendemos aún mejor la música de Montoya. El dúo final con Leonor Leal es sobrecogedor, casi hiriente, con la mejor versión, la del flamenco contemporáneo, de la bailaora.

Leal mostró su otra faz en mirabrás y tangos con bata de cola en los que dio la réplica a Villegas. El contraste fue notable porque Villegas es la imaginación melódica, el no va más del fraseo cantable. Dominador de flautas, saxos tenor y soprano y armónica, entusiasmó por virtuosismo y fantasía.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios