Crítica de Teatro

Placer y disgusto de perderse

Un instante de la representación, incluida en el Festival de Música Antigua, en el Antiquarium.

Un instante de la representación, incluida en el Festival de Música Antigua, en el Antiquarium. / víctor rodríguez

Es de una extraña indefinición de lo que emana lo mejor y lo menos logrado de esta Perdida en el Bosco de Claroscvro. Así, si bien la rareza de la inmersión en el universo iconográfico del trascendental pintor, el orillado de soluciones narrativas convencionales y la apuesta por definir valores positivos (la superación, con valentía, de los retos personales) desde un entramado estructural de corte pesadillesco, hicieron disfrutar a la parentela más lynchiana, los niños en la sala puede que no atendieran a nada que no fuera la deliciosa oca animada por Julie Vachon, un fantástico títere que se come totalmente a la protagonista, por muy empoderada que ésta termine la función desde su pequeña silla de ruedas.

Como espectáculo escénico-musical, Perdida en el Bosco intenta equilibrios entre esta fuerte iconografía surrealizante y su desmitificación cómica, salvando los agujeros de la trama gracias a las cantigas y otras piezas medievales que acompañan a las aventureras espesando el clima fantasmagórico. Más allá de lo desmesurado de la apuesta, y del arriesgado gusto estetizante de la compañía, el éxito de Claroscvro sigue naciendo de una bella obcecación. Y aquí, como en su anterior Lazarillo, se dan noticias de la profunda asunción del mismo ideario: el convencimiento de que la amalgama de palabra, actor, títere y escena es una poderosa transmisión de sentido, allí donde las técnicas de verosimilitud no pueden con la mágica artesanía de lo natural.

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