Crítica de Música

Prima la parola

El Barroco musical no explotó de repente en 1600 con las primeras óperas. Venía preparándose desde al menos medio siglo antes y tuvo que ver principalmente con un cambio trascendental en la relación entre texto y música. La polifonía no podía satisfacer los deseos de claridad textual que venían reclamando algunos círculos intelectuales, y el sistema se fue simplificando hasta derivar en un tipo de composición en que el texto era dicho por una sola voz sobre un bajo instrumental. Eso lo cambió todo, trayendo de la mano el bajo continuo y la moderna armonía. En un principio, las composiciones a voz sola se apoyaron en el estilo recitativo, una especie de declamación musical en que podía sostenerse el lema "Prima la parola e poi la música" ("Primero la palabra y después la música").

Ésa fue la sustancia del recital que trajo Alberto Martínez Molina al Alcázar, un paseo por la música a voz sola del primer barroco italiano, que tuvo a Caccini, Monteverdi y Frescobaldi como referentes. Que una actriz vaya recitando traducciones de las piezas que se cantan no es novedad, pero que lo haga de memoria y con la convicción dramática y la fuerza expresiva de Gonzala Martín es ciertamente infrecuente. Tanto que puso en un compromiso a la soprano Mariví Blasco, que para estar a la altura tuvo que dar lo mejor de sí misma en un repertorio que le va muy bien: con prosodia impecable y un trabajo ornamental refinadísimo, Blasco cantó con pasión e intensidad y penetró en los matices de cada pieza, aunque su Lamento de Ariadna resultó irregular, desconcertantemente frío por momentos. Martínez Molina acompañó eficazmente, en general desde la discreción, aunque aportó colores (y silencio) cuando se necesitaban; tocó además con apreciable soltura piezas de Frescobaldi. Los dos cortes de luz que se produjeron a mitad del concierto no pasaron de anécdota.

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