Cine

Queremos tanto a Jeanne

  • Jeanne Moreau, musa de la 'nouvelle vague' y protagonista del mejor cine europeo, cumplía 80 años el pasado miércoles 23

Antes de que el obituario nos la secuestre y la entierre con un arsenal de tópicos post-mortuorios, hemos decidido celebrar con ella su ochenta cumpleaños y confesar(le) nuestra devoción en vida. Porque la admiramos y la amamos, porque con ella descubrimos otro tipo de mujer en la pantalla: una mujer enigmática y fascinante, una mujer escurridiza y libre, una mujer de su tiempo, una heroína moderna, una carnalidad inteligente, una actriz que llenaba la pantalla de belleza y sensatez; una amiga, ¡al fin!, de los hombres, como lo fue de Jules et Jim; una esposa desencantada que, como en La noche, erraba por las calles de Milán buscándose a sí misma en un mundo extraño que también lo era, a través de su espalda desnuda, para nosotros; la amante confidente de Los amantes, aquella cinta que escandalizó a las mentes bienpensantes con su ingenua y campestre liberalidad hedonista.

Frente a la sexualidad curvilínea y frívola de Brigitte Bardott, la frialdad y la elegancia de Catherine Deneuve, la candidez importada y frágil de Jean Seberg o la enigmática ambigüedad de Anna Karina, Jeanne Moreau encarnó como ninguna otra de las actrices de su generación, de la que ella era, en cierto modo, la hermana mayor, una feminidad intelectual, esencialmente francesa, que iba a convertirse en el referente de la mujer del cine moderno y también en un modelo feminista fuera de la pantalla.

Formada en la Comédie Française y en personajes secundarios en el cine popular de los años 50 (Touchez paz au Grisbi, La reina Margot), Moreau define y perfila su personaje con Louis Malle en Ascensor para el cadalso y Los amantes, dos cintas que, junto a Las amistades peligrosas, de Roger Vadim, cristalizan la paradoja de la femeninidad de la nueva ola: una mujer que afirma su propio deseo en un mundo masculino y que, al mismo tiempo, sigue funcionando como un icono sexual. Fascinados por este innegable y doble atractivo, Truffaut (La novia vestida de negro), Malle (¡Viva María!), Welles (El proceso, Una historia inmortal), Losey (Eva), Demy (La Bahía de los Ángeles), Fraker (Monte Walsh), el sátiro Buñuel (Diario de una camarera), Kazan (El último magnate), su compañera de generación Marguerite Duras (Nathalie Granger, India song) o el postrero Fassbinder (Querelle), incluso usurpadores como Annaud (El amante), Besson (Nikita) o Wenders (Hasta el fin del mundo) o jóvenes nostálgicos como Ozon (El tiempo que queda), nos la han regalado hasta hace dos días incluso a pesar de sus propias limitaciones.

Queremos tanto a la Moreau por haber encarnado como pocas actrices el espíritu de un cine libre y valiente, por haber envejecido con una dignidad y una hermosura que aún se deposita en su inconfundible voz, grave y quebradiza, en el gesto de fortaleza, resistencia y lucidez de quien ha visto cómo se ha banalizado un oficio, pero que todavía confía en la capacidad del arte para redimirnos del tedio y la mediocridad. Nadie mejor que Truffaut, que fue su cómplice, su moldeador y su amante, para un último retrato-homenaje: "Como mujer es apasionada, como actriz es apasionante. Cada vez que me la imagino de lejos, no la veo leyendo un periódico sino un libro, porque Jeanne no hace pensar en el flirteo sino en el amor. Generosidad, entusiasmo, complicidad, comprensión de la fragilidad humana, todo esto se puede leer en la pantalla cuando ella está actuando".

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