tribuna de opinión

Reflexiones sobre "La Vietnam de Flamenco"

  • El escritor que la puso en marcha analiza la Bienal y propone un modelo de gestión similar al del Maestranza

Alo que se ve, se oye y también se lee, además de todo, andan revueltas y algo sucias las aguas contaminadas de la Bienal de Sevilla. Sí, a la de Flamenco me refiero. A la que ha conseguido señalarse única solo con dos palabras, nombre y preposición. Y la que, pese a la precariedad y estulticia con que la vienen tratando las administraciones que la rigen, sigue viva a los 37 años de su edad, lo que en Serva la Bari ya es más que una tradición venida de la noche del tiempo.

En verdad está viva, respira; pero -a mi entender- bastante enferma y precisa de auxilios. Sin embargo, ni lo uno ni lo otro así se consideran; muy por el contrario en los últimos lustros se extendió al pie de la Giralda creencia de que el Festival, más allá de los pertinaces acosos de cierta crítica, dícese que especializada, había alcanzado rumbo de madurez y grado de excelencia. O sea signo clarividente de que el trasunto había llegado a puerto castizo de sevillanía, frente al espejo de milenarias hechuras suyas: y eso es humo, nada más que humo. Números engordaos y mentiras salidos desde su dirección y difundidos por la prensa.

De entrada, en la mismísima Puerta Real de "La Vietnam" contemporánea hay un serio problema, arrastrado de años, sin ni siquiera reconocer, ni resolver, tela de inconveniente y perjudicial. Hoy en día, el certamen, por su dimensión, alcance y relevancia, no debe seguir, no debiera seguir, solo bajo el amparo sustantivo del Ayuntamiento de la ciudad; pues ello supone quedar al pairo de que, edición tras edición, las otras tres administraciones implicadas -Diputación, Junta de Andalucía, Ministerio de Cultura- aporten más o menos, en dinero o en especie, en esto o en lo otro, pongan o quiten, de manera que así, con tal perpetua incertidumbre, es más que difícil -imposible con garantía- plantear grandes proyectos, acciones a medio plazo, compromisos futuros con artistas o con otros festivales.

Panaceas no hay, ni recetas magistrales, pero sí experiencias de gestión, como la democracia, que no es la mejor pero -a lo que se ve- sí la menos mala. Por ejemplo, sin irse de Sevilla, el Consorcio Público que administra el Teatro de la Maestranza es un camino a seguir, una fórmula de acuerdo que podría permitir a la Bienal contar con una dirección independiente y profesional, capacitada y con una partida presupuestaria estable y con tiempo suficiente para desarrollar ideas y ser útil no solo a Sevilla sino también, y a la par, a lo Flamenco.

Eso en cuanto a su frágil armazón, inadecuado para tan grande evento. Vamos a ello: sí, se ha hecho grande, el más grande der mundo. Y no es cuestión de talla, ni de volumen, sino de energía. También de descubrimiento, de "apostar", pero no como se papagayea ahora, sino de arriesgar, proponer, atreverse y decirlo sin olvidarse de lo primigenio lo mismo que no se olvida lo porvenir que está en la esquina.

Un festival de esta enjundia y naturaleza no debe únicamente anunciarse con la pompa de ser "referente universal" como se hace ahora. ¿Referente de qué? ¿Referente de que la inmensa mayoría de los estrenos mundiales o absolutos que se registran sean -según el argot- función de estreno y defunción? ¿O referente de que por arte de birlibirloque se concedan unos premios Giraldillos que, de manera la mar de inapropiada, sin reglamento alguno, deciden y dan los mismos que han configurado la programación, utilizando a la ciudad y a su festival de manera ordinariamente interesada y llevándolos a un estadio de competitividad, que ni convienen a la urbe ni al género y sí a la codicia de los que no quieren otra cosa que salir en las fotos, mientras más mejor?

Habría mucha tela que cortar y que coser. Son muchas las cavilaciones y reflexiones que se me pasan por la cabeza. Sobre todo, cuando la criatura que ha alcanzado mayoría de edad te duele. Pero eso lo dejaremos para otro día.

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