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Sevillana de abril, duquesa de octubre

  • Enrique el Cojo la enseñó a bailar y Pepe Caballero fue quien le dio clases de pintura

Duquesa de octubre. Se casó el 12 de octubre de 1947 en Sevilla con Luis Martínez de Irujo. Se casó el 16 de octubre de 1978 en Madrid con Jesús Aguirre Ortiz de Zárate. Enviudó de los dos y sus dos amores del tiempo están en el legado artístico que abre sus puertas en el Museo de Bellas Artes un día de octubre de 2009. En la plaza con más pintores de Sevilla: los pintores domingueros, la estatua de Zurbarán entre escolares e indigentes, la casa donde pinta Benito Moreno que aparece en algunas antologías de Vázquez Consuegra.

“Era un poco impresionista y un poco naïf”, ha dicho de sus propias inclinaciones artísticas como pintora. “Yo intelectual no soy; soy más artista y más deportista”, le decía Cayetana Fitz-James Stuart a este periódico en su casa de Dueñas. “Me gustaría tener un gauguin o un van gogh”, ha dicho en declaraciones a la agencia Efe. Un gusto inducido por sus vínculos con el país que dio cobijo al impresionismo. Vivió en París antes de viajar a Londres cuando su padre fue allí destinado como embajador. Se fue a Biarritz en luna de miel con Jesús Aguirre, esposo en plena transición política, cuando era director general de Música.

De los Gitanos al Museo. De la Madrugá a este amanecer artístico de Alba colectivizada en una de las exposiciones más esperadas. Igual que Enrique el Cojo la enseñó a bailar, Pepe Caballero le dio clases de pintura. Una dedicación que abandonó tras la muerte de Jesús Aguirre. Le afectó tanto que le dejó paralizada la mano derecha.

Duquesa de octubre, el mes con más revoluciones, siempre vivió entre cuadros. Rincones secretos que ahora serán del acervo popular desde el 16 de octubre hasta el 10 de enero del año 10. Muestra de otoño y Navidades. Uno de los salones de Dueñas lo preside un retrato entre libros de Jesús Aguirre, uno de los pocos españoles que había leído a Ratzinger antes de que lo nombraran Papa. La duquesa vive en Sevilla entre cuadros de Ramón Casas, Anglada Camarasa (Carnaval en la aldea) y La salida de don Quijote, de Moreno Carbonero.

Su amigo Luis Miguel Dominguín fue quien le trasladó el proyecto de Picasso de emular al Goya de la maja desnuda. Le gusta la época azul del pintor malagueño, de quien tiene alguna obra en su colección privada. El torero como recadero del pintor. Dos artes en el concepto de Cayetana, que por caprichos del destino se vio emparentada con taurinos Cayetanos. Cayetano Ordóñez, el Niño de la Palma, era el bisabuelo de su yerno Francisco Rivera Ordóñez, que se separó de Eugenia Martínez de Irujo, pero no rompió los lazos con su suegra. En su palacio nació Antonio Machado, sevillano de Colliure, que retrató a la ciudad devota de Frascuelo y de María. La duquesa es devota de Pepe Luis Vázquez, de Antonio Ordóñez y de Cayetano Rivera Ordóñez, el hermano inédito de su yerno. “Cayetano tiene arte y valor, y que a Sevilla no haya venido es una vergüenza”. La duquesa tiene asiento reservado en el palco de los maestrantes en su condición de marquesa de La Algaba, topónimo taurino ligado al último paseíllo de su amigo Curro Romero.

De la prensa del corazón a los catálogos de arte. Duquesa popular que sólo aspira a ser del pueblo. Que posó a caballo para que la retratase Zuloaga en el retrato al que más cariño le tiene. La sevillana adoptiva que compartió honores de andalucismo institucional con el postista Carlos Edmundo de Ory, otro afrancesado, llega al Museo donde han pernoctado las estampas de Sorolla y los pintores venecianos del Settezento.

La duquesa le ganó la batalla a los rumores de muerte en Venecia aplicándose el fármaco infalible de vida en Sevilla. La ciudad donde vivió su adolescencia y donde antes de volver descubrió que vivir era una de las bellas artes. Ser artista en Sevilla, pensará Cayetana, es una redundancia, una obviedad. Más artista y deportista que intelectual. Es de la quinta de Alfredo DiStéfano, que en su libro biográfico Gracias, Vieja (apelativo cariñoso del balón) decía que había dos cosas que no soportaba: los intelectuales y que los cronistas escribieran que los defensas habían dado muchas facilidades. Los defensas, como los paparazzi que tiene que sortear la duquesa, dan patadas, no dan facilidades. Saeta Rubia. La duquesa es rubia y escucha la saeta machadiana de Serrat que todos los años le cantan a su Cristo de los Gitanos, cuyo nuevo templo está lleno de donaciones de esta distinguidísima hermana de la cofradía.

Antes de que las monjas cumplan con el ritual de abrir los conventos para mostrar sus delicias de repostería, la duquesa ha abierto las puertas de su Palacio. Se desamortiza a sí misma en alarde para enseñar un patrimonio que es simbólico autorretrato que está diciendo que ésta es la duquesa de Alba, no el personaje que han creado los que la imitan, insultan o ningunean.

Ha llevado sus cuadros al museo para dejar bien claro que son las obras las que están de exposición. No ella misma, que nunca fue pieza de museo.    

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