Crítica de Teatro

El Siglo de Oro cae en manos payasas

Con Malaje Sólo siempre se va hacia arriba, porque los gags se acumulan, se reiteran, hallando finalmente la diferencia (los matices), en la repetición. También van hacia arriba, es cierto, porque no les queda otra: sólo calentándose poco a poco puede funcionar un humor, digamos, "a puerta fría", donde los actores miran siempre de frente al no existir cuarta pared alguna. Ahí tiene lugar la gimnasia de este tipo de comedias, ahí donde se ejecutan las bromas y chistes de toda calaña, mientras se le muestra al espectador la honda soledad que acoge a los intérpretes en la escena: dos cuerpos contra todo; y para eso nunca se está preparado del todo.

Lope que te parió, teatro familiar en busca de público para pasar mejores fiestas, sale indemne de su principal ambición, que responde al deseo de un equilibrio entre contrastes: en un lado de la balanza el humor rápido, algo desvergonzado, carnavalesco y vocacionalmente chusco; en el otro platillo, el poso culto, la risa elaborada a partir de la confrontación con los textos: la demostración, en definitiva, de que detrás del cómico kamikaze queda el trazo de una seriedad actoral que salpica la diversión con manchas de melancolía.

Aquí los médiums convocados para transitar entre mundos y estados de ánimo son nada más y nada menos que Lope y Calderón, a los que entre chanzas y burlas anacrónicas se les contextualiza, explica y, en cierta medida, homenajea a partir de versiones sui generis de El mejor alcalde, el Rey y, especialmente, La vida es sueño. En la compresión de este clásico intemporal, en su descarado bricolaje e indecorosa economía de medios, es donde atisban la cima los Malaje Sólo.

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