Crítica de Cine

Sinestesia y cursilería

Se nos volvió algo cursi y blandita nuestra querida Naomi Kawase, qué le vamos a hacer. Y paradójicamente, la cursilería, o eso que se le parece tanto, la ha hecho al fin visible e incluso popular entre aquellos que tal vez no conocieran su larga trayectoria (Shara, El bosque de luto, innumerables documentales de carácter autobiográfico) hasta el éxito de esa Pastelería en Tokio con la que culminaba su proceso de integración.

Hacia la luz prolonga esta nueva etapa de su carrera con un catálogo de elementos culturales nipones de manual que van del ya famoso mono no aware sobre el brillo fugaz y efímero de la belleza de las cosas, a la reflexión sobre la propia mirada (cinematográfica, fotográfica) que la captura y le da forma, ideas encarnadas en la historia del encuentro entre una joven aprendiz de redacción de audio-descripciones para películas y el fotógrafo invidente que asiste a sus cursos como consejero, en las que tal vez sean las mejores escenas de la película.

La película de Kawase deriva así hacia esa materialización de sensaciones sinestésicas entre lo visual, lo sonoro y lo táctil que tiende peligrosamente a la estampa publicitaria con piano new age en su acercamiento a los rostros, el uso de desenfoques (también sonoros) y demás estrategias de puesta en escena. En el plano dramático, esta pareja de solitarios está igualmente encadenada por sus respectivos duelos traumáticos familiares o por la propia pérdida de la visión, en unos desdoblamientos y resonancias demasiado obvios que Kawase no termina de encauzar lejos de un cierto amaneramiento más sensiblón que sensible, más epidérmico que verdaderamente orgánico.

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