Crítica de Música

Sonidos en penumbra

Desde que a inicios del siglo XVIII se configura la orquesta de cuerdas que hoy conocemos, el papel protagonista en la misma fue asumido por los violines. No sólo por su espectro tímbrico, sino por la estructura armónica de su afinación y por sus posibilidades en materia de articulación y agilidades, los violines impusieron su sonido penetrante y doblegaron al resto de la familia al papel de soporte armónico y de acompañamiento, relegando sus sonoridades a un segundo plano cada vez menos apreciable conforme se agregaban otras familias instrumentales al cuerpo de la orquesta. Por ello no carecía de interés la propuesta de este grupo de dejarnos apreciar las sonoridades normalmente supeditadas de la viola, el chelo y el contrabajo en obras creadas a propósito para esta inusual conformación instrumental.

Para ello hubiese sido necesario un mayor nivel de homogeneidad entre los tres instrumentistas en materia de ataques, vibrato, sonido y acentuación, algo que no siempre fue así a lo largo del irregular concierto. En la muy menor pieza de Kirsten faltó por completo una aproximación acorde con el espíritu barroco, pues la versión resultó plana, sin apenas acentuaciones, sin variaciones en las abundantes repeticiones, con una chacona anodina y sin vida y con largos calderones finales que sobraban. En el primer tiempo del divertimento de Michael Haydn la afinación del chelo fue muy irregular y el sonido de la viola quedó claramente lastrado por su falta de prestancia y de brillo, si bien el Presto final sonó con conjunción y tiempo animado. Lo más interesante de la noche estuvo en el trío de Romberg, en el que Zurita desplegó una sólida técnica de digitación y consiguió al fin emitir un sonido con brillo y redondez.

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