Previsión El tiempo en Sevilla para el Viernes Santo

Literatura

Téllez: el eco y la llovizna

  • La Veleta publica 'Los pasos lejanos', poesía reunida del cordobés Rafael Adolfo Téllez que incluye sus cuatro libros anteriores más 12 poemas inéditos

Calladamente, oscuramente, el poeta Rafael Adolfo Téllez ha ido cincelando la breve sillería de su obra poética: un linaje de sombras que ahora se agavilla en Los pasos lejanos. Por otra parte, no parece casual que estas poesías completas aparezcan reunidas en La Veleta de Trapiello, pues ambos, poeta y editor, participan de un mundo que hoy es tímida brasa en el recuerdo del siglo. Me refiero al ancho mundo agrario, toscamente apacible, que vino a claudicar, hace sólo unas décadas, ante él vértigo azaroso de las ciudades. Todo este ceremonial agreste, más el fuego emotivo de los muertos, es el que se resume y canta en los versos de Téllez. Y no tanto por lo que hay en ellos de nocturna elegía, de pudoroso reclamo de una sombra, sino por lo que aún habita, luminoso e ingrávido, en cuanto hemos perdido para siempre.

No es la primera vez que se dice en estas páginas. Para Hobsbawm, el eminente historiador británico, el cambio del agro a la ciudad, la fabulosa migración que se operó mediado el XX, es de igual magnitud a la revolución neolítica. Sucede así que aquellos dioses ("Encuentro, a mi paso, / los dioses de hace un siglo / disueltos en el barro"), las deidades feraces que alumbraron un día las cosechas, hubieron de transfigurarse en vaga arqueología y sombra arcana. Con esto, no se quiere reclamar aquí la preeminencia de otra hora; aquella en que la luz, la brisa, la llovizna, eran la humilde cifra de la dicha. Sí quiero recordar, no obstante, que es en la poesía de Rafael Adolfo Téllez donde vemos el tránsito de una tierra locuaz, secreta, providente, a la nutrida umbría de las ciudades. ¿Era mejor aquel pasado escaso, sujeto al azadón y el surco? No es éste, bajo ningún concepto, el dilema que se abre, como una rosa antigua, en la poesía de Téllez. Se trata, simplemente, de la constatación de una pérdida, de una nueva orfandad, que ha trepado a los hombres de forma inesperada. Con el abandono de la pobreza campesina, también queda orillada una profundidad tribal, la vívida hermandad del astro con la espiga, que la sociedad industrial ignoran férreamente. Así pues, el vasto cortejo de fantasmas que cruza la obra de Téllez, más la cenefa de tapias y manteles que fueron su escenario, son apenas la encanecida sillería de un universo antiguo. Sillería, en cualquier caso, que mantiene su tibia iridiscencia tantos años más tarde: después de todo, no es fácil olvidar que el hombre es, en cierto modo, una heredad; heredad de lo muerto que aflora a nuestros ojos, linaje de lo verde que acogió nuestra infancia, dormida en el asombro.

Leyendo a Téllez, resulta inevitable el recuerdo de Heinrich Heine y Los dioses en el exilio. No tanto por un afán teológico que aquí no existe; sino por la tupida veladura que a veces cubre los deseos humanos. Téllez sabe que nada de esto ha de volver; y sin embargo, acude a honrar a quienes le precedieron en esta insólita aventura. La mujer cenicienta que, sumida en la tiniebla, dibuja junto al fuego inocentes conjuros; o el hombre que en la noche se descubre legatario y señor de una luna remota, son quienes prefiguran este urgente vacío de ahora mismo. Téllez, su palabra encendida, no hace otra cosa que hilvanar aquella humanidad, secreta y pudibunda, al cauce de unos días que ignoran su misterio. No creo equivocarme si digo que Téllez es uno de los mejores poetas de España. Su verso, que a veces participa de la melancolía becqueriana, también disfruta de la materialidad impura de Neruda. "El que tras un portal encuentra / dos tesoros ocultos: la pobreza y la lluvia". He aquí el ancho patrimonio que los lega Téllez: una bruma desecha, más la quebrada arcilla donde un día bebimos, celebrando el renuevo del árbol o del hijo.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios