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Coradino Vega. Escritor

"Temo que la novela política se vea ahora como una moda"

  • El autor onubense regresa con 'Escarnio', la historia de un desclasado en la España del 94, donde asoman ya las raíces, podridas, del presente.

Corre el año 1994 y la resaca tras la descomunal borrachera del 92 golpea duro. Carlos, un estudiante de barrio obrero de Huelva, hijo de un ferretero reventado por el trabajo y resentido con su suerte y de una conserje de instituto, comienza sus estudios de Derecho en la Universidad de su ciudad, que abandonará pronto para continuar la carrera en Madrid, donde quizás le aguarde "una vida menos pequeña". El sacrificio económico de sus padres es grande, pero no más que su optimismo. En su nueva vida, sin embargo -dividido entre el clima viciado y hostil del colegio mayor católico donde se hospeda y la hipnosis de éxtasis y desconcierto que le produce su despertar al amor y al sexo-, sus certezas de joven provinciano brillante, responsable y precozmente maduro no tardarán en dañarse al chocar una y otra vez contra un muro no de hormigón pero sí igual de resistente, compuesto de herencias, hechos consumados y privilegios mezquinos.

Tras su primera y celebrada novela, El hijo del futbolista, publicada en 2010 y aplaudida con entusiasmo por Antonio Muñoz Molina o Rafael Chirbes -precisamente dos de sus escritores españoles favoritos de nuestros días-, Coradino Vega regresa ahora con Escarnio, publicada como aquella por Caballo de Troya, una obra de profunda carga moral y política que es tanto una historia de formación -la de un desclasado condenado a la perplejidad, si no a una ira dañina sólo para sí mismo- como una nueva muestra, aunque ya no abiertamente autobiográfica como la primera, del motor fundamental que ha impulsado hasta ahora su breve pero ya sólida trayectoria literaria: en sus propias palabras, "la exploración de crisis individuales en contextos colectivos".

-Sus dos novelas presentan, en el planteamiento, muchas similitudes: para empezar, su ambientación en el pasado, pero uno muy reciente, tanto que casi abarca ya el presente...

-Necesito un cierto tiempo entre la experiencia que me produce una necesidad de escritura y el momento mismo de la escritura. Me doy cuenta ahora de que, al escribir Escarnio, esa necesidad íntima se juntó con una especie de rabia que yo tenía, rabia política incluso, pero no quería centrarme en la situación política actual, de ahí ese salto de 20 años atrás. Que por otro lado no es algo novedoso: las novelas de Galdós, las contemporáneas, están ambientadas todas unos 20, 25 años antes del momento de su escritura... Traté de entender el presente explorando un pasado que no es muy lejano, porque yo creo que de aquellos polvos vienen estos lodos.

-La historia de Escarnio sucede apenas dos años después de la de El hijo del futbolista, pero qué ambientes tan distintos. ¿Qué le interesó de aquel escenario político en particular?

-Nunca he tenido la tentación de ubicar las historias en ciudades abstractas o en territorios míticos, que los llaman los entendidos. Viví el año 92 como cualquier adolescente de la época: se respiraba el optimismo, la reválida de la modernidad, la democracia homologada en el mundo y todo eso... Y de adulto te das cuenta del retablo de las maravillas que fue aquello. Justo un año después llegó una crisis económica de menor magnitud que la actual pero en la que tanto las causas como las consecuencias fueron muy parecidas a las de hoy, por eso me interesaba ese espejo de la crisis del 93.

-¿Puede decirse que la idea central de la novela es que los resortes del Estado, el poder económico... todo, en definitiva, sigue al servicio de la misma clase dominante que se desarrolló en la España franquista?

-Sí, sí. Los de los apellidos largos, como dice un amigo mío. Es una especie de casta; una situación de privilegio heredada desde la dictadura, a la que se han ido incorporando en el periodo democrático, creo yo, una serie de desclasados que en principio no estaban ahí pero que han acabado manejando también el cotarro. Es cierto que la médula de la casta dominante viene de antaño y quizá se remonta hasta el final de la Guerra Civil, cuando el bando vencedor usurpó tantísimas propiedades económicas al vencido.

-Visto así, ¿cuánto tiene eso que ver con la situación actual?

-Bueno... Yo tengo que decir que no me siento muy cómodo con las impugnaciones a la totalidad de la Transición. Estamos infinitamente mejor que hace 30 años. Lo que pasa es que en estos últimos tiempos el sistema ha mostrado sus imperfecciones de manera demasido burda. Al margen de eso, muchas veces nuestro problema es que no sabemos valorar los logros a los que nos hemos acostumbrado, y a mí me interesa más intentar conservar esos logros que hacer críticas abstractas a la totalidad, lo cual me parece, además de muy fácil, una forma de nihilismo. Pero yo escribo historias, no sirvo para hablar de cosas tan grandes...

-En los últimos tiempos se ha producido una vuelta a la novela política y esto ha pasado después de que durante años, por no decir décadas, los escritores jóvenes prefirieran por lo general las competiciones de modernidad y cosmopolitismo...

-Sí, es verdad. La generación a la que pertenezco llevaba mucho tiempo entregada a un experimentalismo a veces un poco papanatas. De golpe y porrazo, no podíamos escribir como los escritores españoles que nos habían precedido, y las influencias tenían que ser extranjeras y los relatos, tenían que estar ambientados en Estados Unidos... No conecto mucho con eso, pero es que además me parece que se ha pasado muy rápido de moda. Mi temor es que ahora la literatura política también se interprete como una moda, e incluso que alguien utilice la coyuntura de manera oportunista para situarse. A mí, de todos modos, me da lo mismo: no tengo el don de ver por dónde sopla el viento para ver dónde me ubico. Yo escribo lo que a mí me sale, y lo escribía cuando la Nocilla pegaba fuerte y lo escribo ahora.

-¿Se reconoce en la tradición realista española?

-A mí es que ese debate me cansa y me aburre y además casi nunca se plantea en términos serios. El que impugna el realismo, ¿desde dónde lo hace? Y además: ¿qué es el realismo, qué es la realidad? Son cosas muy resbaladizas. Me gustan algunos escritores extranjeros, claro que sí, por ejemplo la literatura judía americana del siglo XX me gusta mucho, Roth, Malamud, Bellow, cuentan historias de familias judías ambientadas en el Brooklyn de los años 40 que a mí me suenan igual que una familia andaluza en los 90. O el realismo italiano de mitad del XX: Ginzburg, Pavese, Moravia... Pero me guste más o menos soy un escritor español y lo digo con cierto orgullo. A mí me gustaría pertenecer a una tradición que nace en Cervantes, que pasa por Galdós, que se para en algunos escritores de los años 50 y que termina en gente como Rafael Chirbes o Antonio Muñoz Molina...

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