Cultura

Trazos, rasgos y ritmos

  • Los dibujos de Ruth Morán sacan a la luz ritmos que envuelven y disparan la fantasía del espectador

Los trabajos de Ruth Morán (Badajoz, 1976) en esta muestra hacen pensar de inmediato en el alcance del dibujo. Si el trazo, haciendo justicia a su raíz latina, trae al papel algo que antes no existía, el rasgo no sólo es marca sino desgarro que saca a la luz algo que en silencio reposaba en la materia del papel y del grafito o la tinta, como los hermosos cuerpos, decían los antiguos, dormían en el interior del mármol.

¿Qué sacan a la luz los dibujos de Morán? Indudablemente, ritmos. La superficie del papel, cubierta o no de temple negro mate, aparece estremecida por líneas que la cruzan en múltiples direcciones, agitada desde uno o varios centros, que difunden un incesante movimiento, surcada por manchas, con las que la aguada conforma lentas metamorfosis, o concentrada en una forma de líneas entrelazadas que atrae hacia sí el resto del papel en blanco.

A algunos, obsesionados aún con la figura, puede parecerles poco, pero el ritmo es forma: modela y hace vibrar. Lo saben los amantes de la música, la danza y el cine. Tres artes, sobre todo el último, que nos han hecho descubrir cómo el ritmo puede conformar un cuadro, desde la agitación del Juicio Final de Miguel Ángel hasta la leve vibración que provoca la cabeza girada de La joven de la perla.

El ritmo, además, envuelve: dispara la fantasía del espectador y despierta en él el gesto. No debe sorprender porque la percepción del movimiento es anterior a la de la belleza, tanto en los cuerpos como en la naturaleza. Unos y otra son ante todo potencias, agresivas a veces, a veces seductoras. Una fuerza sin nombre y sin rostro a la que los antiguos llamaron mana. El arte se ha visto fascinado por esa potencia desde las escenas de caza y los animales trazadas en refugios y cuevas, con las que culturas arcaicas intentaban quizá intervenir en la incierta naturaleza y hacérsela propicia.

Hoy seguimos percibiendo aquella incierta fuerza de lo otro: en la naturaleza, en el acontecer social y aun en los cuerpos más cercanos. El arte, en este caso el de Ruth Morán, despierta su presencia y al hacerlo, concita no tanto la memoria de la magia sino la posibilidad de la razón. Una razón que rechaza el fatalismo y la resignación y también las ansias de dominio que, para neutralizar la incertidumbre, no dudan en destruir. Una razón que muestra que cada uno de nosotros es también fuerza, la que nos permite hablar, con-vivir y con-struir otra forma de vida.

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