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SEFF 2016

Ulrich Seidl se va de caza

  • El austriaco presenta 'Safari' en la Sección Oficial, un duro retrato del turismo adinerado y depredador en África.

Ulrich Seidl (Viena, 1952), ayer en Sevilla tras la primera proyección en el SEFF de su último trabajo.

Ulrich Seidl (Viena, 1952), ayer en Sevilla tras la primera proyección en el SEFF de su último trabajo. / m. j. lópez

El primer problema de la Humanidad es la superpoblación, dice en un pasaje de Safari uno de los personajes, el dueño (centroeuropeo) de una finca de caza. Aunque viendo la película, por las sensaciones que desprende -él mismo admite que, si es que pretende lanzar alguno, su mensaje es "emocional"-, lo cierto es que da la impresión de que el problema, el principal, es la Humanidad misma. Ulrich Seidl, que admite la importancia de esa exploración del "malestar" en su cine, sigue en su última película trazando con escuadra y cartabón, con una mueca de humor gélido y sombrío y bastante distancia, su cartografía de "deseos y frustraciones" de criaturas siempre en trance de resultar grotescas o sórdidas, perdidas tal ver sin saberlo en la banalidad, la hipocresía, la crueldad y el agotamiento espiritual de sus sociedades todavía opulentas.

Tras su trilogía Paraíso (Amor, Fe y Esperanza), vista en este mismo festival, el director austriaco regresa ahora a África. Si en el primer título de ese proyecto retrató la desesperada búsqueda de una mujer de mediana edad de un idilio muy fronterizo con el más procaz turismo sexual en Kenia, esta vez viaja a Namibia para seguir los pasos de un matrimonio de jubilados y de una familia -el padre, la madre y los dos hijos, chico y chica adolescentes-, centroeuropeos todos y amantes de la caza adobada con exotismo y atrezo aventurero, huéspedes de un rancho de especializado en ese turismo adinerado y depredador.

"Desde el primer momento intenté no juzgar, pienso que hacerlo sería equivocado. La idea no era decir estoy en contra de esto, sin más, sino mostrar esa realidad. Quise preguntarme por qué el ser humano, o algunas personas, tienen ese instinto, esa necesidad de sentir la dominación sobre los animales, por qué disfrutan matándolos. Yo no tengo ninguna respuesta, tan sólo podría especular", decía ayer tras el pase de prensa de Safari, una película que trata en algunos momentos de golpear al espectador.

En el pase de la mañana, no pocos espectadores acabaron tapándose los ojos o desviando la mirada de la pantalla, en especial durante la escena más cruda y explícita, en la que los empleados de la finca, negros (el fantasma del colonialismo sobrevuela constantemente), despellejan, descuartizan y evisceran a una jirafa abatida por los turistas-cazadores. Previamente, estos habían aparecido, todavía a campo abierto, acercándose cautelosamente a la jirafa, primero asustados por su agónica resistencia, después haciéndose las fotos de rigor para documentar la gesta. "Si hablo de caza, tengo que mostrar esas escenas, debo mostrar la realidad tal y como es, y eso es lo que pasa cuando se mata a un animal. Es más, pienso que no estaría bien no enseñar esas imágenes", afirmó Seidl.

"Yo planteo mis documentales de manera muy abierta, muy libre, sin tabúes ni límites -continuó-. El reto siempre es encontrar a los protagonistas, que no son actores profesionales, son gente que va a cazar allí de verdad, a Namibia. No fue fácil encontrar a gente que estuviera dispuesta a salir en la película, la mayoría no quería, entre otras cosas porque ellos saben que lo que hacen no tiene una buena imagen. Pero al final encontré a estas personas, fueron realmente un hallazgo y, una vez logrado eso, no me plantée nada específico, mi enfoque consistió en acompañarlos, entablar una relación de confianza". Algunos protagonistas fueron invitados a ver la película en la Mostra de Venecia, donde se presentó en la Sección Oficial, como aquí en Sevilla, y a pesar de que uno diría que el retrato que se muestra de ellos no es -por decirlo de manera amable y generosa- precisamente favorecedor, asegura el director de Dog Days o Import/Export que "estaban contentos con la película".

"Algunos de esos personajes a lo mejor son oscuros, pero esa interpretación corresponde al espectador. Mi objetivo no era hablar de buenos y malos, entre otras cosas porque las películas no deberían tener como objetivo demostrar una convicción que ya tiene uno a priori. Cuando hago una película no tengo ideas preconcebidas. No juzgo", insistió Seidl, que se revolvió cuando un periodista extranjero calificó su cine como "cínico": "Eso es una tontería, una percepción personal suya...".

Cuesta aceptar, en cualquier caso, esa pretendida neutralidad en su mirada a la decadencia moral, especialmente en determinadas escenas como las que muestran a los autóctonos, los negros, tras descuartizar a los animales, en sus chozas de latón comiéndose los restos de los trofeos con un aspecto más bien repulsivo. Finalmente, concede el cineasta, sí que tiene una opinión después de todo. "Supongo que ese tipo de caza es un símbolo de la destrucción del planeta por parte del ser humano. Y hoy, justo en este día [por ayer], daré un dato: los hijos de Trump se dedican a la caza... No soy objetivo, claro que no, interpreto la realidad, doy mi visión sobre ella, procuro acercarme a ella todo lo que puedo. Pero no juzgo".

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