Crítica de Cine

Verano verde

La cinta recorre las carreteras secundarias de una Alemania sin identidad.

La cinta recorre las carreteras secundarias de una Alemania sin identidad. / d. s.

A Fatih Akin nunca le vimos el talento para el prestigio de su cine como puntal de esa nueva generación de directores alemanes nacidos con el nuevo siglo al gusto de los críticos tibios y las academias.

No hemos vuelto a ver aquella Contra la pared con la que se dio a conocer en 2004, aunque mucho nos tememos que los destellos de fuerza, intensidad e ingenio narrativo de aquella cinta fueran precisamente eso, destellos, fogonazos de un cineasta con demasiadas (y obvias) ganas de comerse el mundo en su condición de hijo privilegiado de la inmigración (turca) y adalid de la multiculturalidad europea bien entendida.

Al otro lado, Soul Kitchen y El padre desvelaron que poco había de modernidad y mucho de oportunismo a la moda en un cine que camina ya con esta Goodbye Berlin por la plácida autopista del género (road movie adolescente) con numerosos peajes en su retrato de una generación millennial que, oh, sí, es capaz de abandonar su playstation para vivir una aventurilla de verano en un viejo Lada lejos de sus familias burguesas, desestructuradas y caricaturizadas.

El primer amor (idealizado), la primera gran amistad en el reconocimiento de la diferencia, la primera aventura libre a cielo abierto se convierten aquí en un recorrido por las carreteras secundarias de una Alemania sin identidad ni densidad simbólica por más que algunos encuentros apunten a los tiempos perdidos, las fallas del sistema y la ruina (moral) de una nación.

Pero Akin se muestra incapaz de ir más allá de lo que se ve, repitiendo una y otra vez su querencia por el juke box irónico (¡Richard Clayderman!), la ligereza (insustancial) y una puesta en escena lo suficientemente vistosa como para garantizarse el siguiente filme.

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