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Cultura

Viaje al corazón de la calabaza

"Todo el mundo sabe que la kora tiene 21 cuerdas, que su caja es una gran calabaza, pero ha llegado el momento de ir más allá, adentro, al interior de la kora, para conocer su alma". Eso de que todos sabemos que la kora es un arpa con 21 cuerdas y cuerpo de calabaza es, me temo, sólo un decir, pero no incumplió Toumani Diabaté -no en vano considerado el mayor virtuoso del instrumento- su promesa inicial de viajar y conducirnos al alma de la kora. Durante poco más de una hora, el músico nacido en Malí en 1965 ofreció anoche, para un público formado por periodistas y críticos musicales de Europa y parte del extranjero (así como por los oyentes de Radio 3), un adelanto del que será su próximo disco, The Mandé Variations.

Han transcurrido 20 años desde su debut discográfico, el aplaudido y supervendido Kaira (1988), y Diabaté vuelve a grabar un álbum en solitario. Colaboraciones de lo más diverso han jalonado desde entonces su carrera: desde aquel In the Heart of the Moon, mano a mano con su compatriota, el triste y recientemente fallecido Ali Farka Touré, hasta Björk, Taj Mahal, el trombonista de jazz Roswell Rudd o Ketama (con quienes grabara, acompañados por el bajista Danny Thompson, Songhai, I y II). Tras girar con su Symmetric Orchestra, que presentó en 2006 Boulevard de L'Independance (un atractivo y moderno acercamiento a la centenaria tradición musical mandinga), Diabaté vuelve, pues, a un terreno más introspectivo y se enfrenta a solas a la peculiar kora, instrumento de apariencia fálica cuyo sonido guarda cierta similitud con el arpa y también el oud turco o el laúd o la vihuela.

Diabaté hace suyos los modos occidentales y los incorpora sabiamente (como ocurre con esos juguetes que algunos niños del desierto fabrican con latas y chatarras). Así, entre las variaciones que regresan una y otra vez al tema, cercándolo, enriqueciéndolo con su exótico cromatismo, asoma, por ejemplo, una simpática cita a la conocida melodía de El bueno, el feo y el malo, que dibuja una sonrisa en el rostro del público, absolutamente entregado. Pero nunca incurre Diabaté, nacido en el seno de una familia de músicos griot o djeli (algo así como los rapsodas de la antigua Grecia), en esa mistificación que es patrimonio de ciertos músicos de fusión y que confunde la legítima asimilación de ciertos elementos en principio extraños a una tradición musical con un infructuoso pintoresquismo.

Las incomodísimas sillas de palo (que mal disimulaban unas fundas de púrpura institucional) no impidieron que la hora y pico de concierto se nos pasara volando. Uno tiende a desconfiar de los conciertos celebrados en entornos bellísimos, pero la alegría que Diabaté nos dio nos remitió a una ya lejana noche en la que, en ese mismo Salón de los Tapices del Real Alcázar, el King's Consort ofreció un concierto inolvidable.

Alan Lomax, aquel romántico cazacanciones que recorrió el mundo grabadora en ristre, registrando las más diversas tradicione musicales, habría disfrutado con el alarde de modestia , recogimiento y grandeza musical que ofreció Toumani Diabaté.

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