Crítica de Cine

Zweig en América: adiós a Europa y a la vida

Josef Hader, en el papel del escritor Stefan Zweig, en una escena de la película dirigida por Maria Schrader.

Josef Hader, en el papel del escritor Stefan Zweig, en una escena de la película dirigida por Maria Schrader.

Stefan Zweig (1881-1942) gozó entre los años 20 y 50 del pasado siglo una popularidad y un prestigio que pocos escritores han tenido. Lo primero lo prueban, además de las inmensas tiradas de sus biografías, novelas y novelas cortas, las más de 50 adaptaciones cinematográficas de sus obras realizadas entre 1923 (cuando Ardiente secreto fue filmada por el diseñador de producción colaborador de Murnau y director Rochus Gliese) y 1960 (Impaciencia del corazón de Tito Davison), contándose entre las mejores versiones las de Stahl, Van Dyke, Tourneur, Ophüls o Rossellini. Lo segundo, su prestigio, lo prueban los testimonios de sus coetáneos, aunque los más elitistas le reprocharan tanto su éxito como su pasión por la divulgación. En los años 60 la pedantería y la moda oscurecieron su memoria para ser rehabilitado o recuperado espectacularmente a partir de los 80. Hoy, afortunadamente, su obra no cesa de reeditarse en las más prestigiosas editoriales y está considerado uno de los más grandes escritores del siglo XX además de, como su desdichado amigo y protegido Joseph Roth, uno de los testigos más lúcidos del fin de la gran Europa de la Belle Époque (1871-1914) a cuya agonía pusieron definitivamente fin los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Testimonio de su carácter de notario de la muerte de una Europa que era la suya (y la nuestra: tras 1945 comenzó su definitivo declive) es su correspondencia con Roth -Ser amigo mío es funesto, edición española en Acantilado- y su melancólica y conmovedora obra autobiográfica El mundo de ayer. Memorias de un europeo (edición española también en Acantilado: una lectura imprescindible), publicada tras su trágica muerte. Zweig se suicidó en 1942 en Brasil por la misma razón que Walter Benjamin lo hizo en Port Bou en 1940: pánico al nazismo. Benjamin temió ser entregado a los nazis por los franceses o los españoles. El caso de Zweig es de alguna manera más trágico: se suicidó en Petrópolis (Brasil) tras haber logrado huir de Europa. El triunfal avance nazi en Rusia en 1941 y 1942 y la caída de Singapur el 15 de febrero de 1942 le convencieron de que Hitler conquistaría el mundo. Siete días después de la caída de Singapur se quitó la vida junto a su esposa.

De este último Zweig errante, exiliado en Argentina, Estados Unidos y Brasil, progresivamente amargado, derrotado y asustado -escribió su canto a la Europa que vio desaparecer, El mundo de ayer, entre 1939 y 1941, poco antes de matarse- se ocupa esta sobria y admirable película que, además de tratar con respetuosa originalidad los últimos años de vida del escritor, puede servir para darlo a conocer a quien aún no lo ha disfrutado y para plantear una reflexión actual sobre Europa. La actriz y directora austríaca Maria Schrader -autora de una notable película sobre la memoria del Holocausto, La jirafa, y de una buena adaptación de la novela Vida amorosa de la escritora israelí Zeruya Shalev- ha desechado el camino fácil del biopic convencional para recrear, casi como si se tratara de cuadros independientes, diferentes momentos del trágico errar de Zweig, cada uno de los cuales tiene la capacidad de representar matices distintos de su íntima derrota y su tristeza al ver sucumbir lo que sobrevivía de la Europa que amaba, cuya historia y cultura fue su razón de vida. Esta sucesión de cuadros o escenas -que culminan con el pudoroso y conmovedor del suicidio- ofrecen una rica y muy humana visión del gran escritor. Pueden parecerle algo frías al espectador que busque una biografía convencional, pero es una elección afortunada que multiplica una emoción genuina.

Sirven de poderosos puntales de la valiente, original e inteligente puesta en imagen de Maria Schrader la perfecta dirección fotográfica de Wolfgang Thaler y las intensas interpretaciones de todo el reparto, especialmente de Joseph Hader como Zweig y Barbara Sukowa como su primera mujer. No es una obra maestra -calificación que muy pocas veces responde a la realidad y casi siempre el tiempo establece- pero sí, en puro espíritu de Zweig, oportuna y seriamente divulgativa de una extraordinaria personalidad y de su idea de Europa. Una dimensión del cine que se echa de menos en los últimos años de exaltación de la estupidez, la violencia y la ignorancia.

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