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Cultura

En el amor y en la muerte

  • Errata Naturae recupera uno de los ensayos que dedicó Bataille a la génesis del fenómeno erótico, a sus causas y a su remoto origen.

Historia del erotismo. Georges Bataille. Trad. Javier Palacio Tauste. Errata Naturae. Madrid, 2015. 208 páginas. 18 euros.

No por casualidad, la obra de Bataille fue una de las más influyentes en la filosofía posterior de Michel Foucault. De hecho, esta Historia del erotismo, escrita a primeros de los 50, podría conceptuarse como el germen, como el paso previo a la Historia de la sexualidad que Foucault emprendió en la década de los 70. No obstante, cabría hacer una precisión, que atañe directamente al título de la obra: mientras el proyecto de Foucault es, en efecto, una historificación de la sexualidad y sus formas del XVIII en adelante, el ensayo de Bataille queda al margen del estricto proceder histórico. En rigor, esta Historia del erotismo se ocupa de la génesis del fenómeno erótico, y atiende más a sus causas, a su remoto origen, que a un análisis de sus manifestaciones temporales. En ese sentido, podríamos decir que la Historia del cuerpo de Corbin recaba y utiliza ambas perspectivas, pero atenido a la horma cronológica.

Otra distinción importante nos lleva a separar la sexualidad estudiada por Foucault -sexualidad que atañe a las manifestaciones corporales y a su control social, tanto público como privado- del erotismo postulado por Bataille, cuya naturaleza es opuesta o sucesiva a la mera sexualidad animal que caracterizó al hombre primigenio. En efecto, la tesis mantenida por Bataille, y que enlaza esta obra con La parte maldita, El erotismo y Las lágrimas de Eros, no es otra que la separación categórica entre las manifestaciones instintivas del deseo y el refinamiento cultural, vale decir humano, que subyace a la definición de erotismo. Para subrayar este componente cultural, Bataille acude al universal tabú del incesto y a las prohibiciones atávicas que ocultan a nuestra mirada los procesos que implican una excesiva cercanía con la naturaleza: la muerte, la reproducción y los procesos digestivos. Según Bataille, el hombre es hombre en tanto que se ha sobrepuesto a las exigencias y gravámenes de la Naturaleza. Y son estas exigencias, reveladas súbitamente, aquéllas que suscitan la repulsión y el espanto que duermen, de algún modo, al fondo de las pulsiones sexuales. En este sentido, podríamos decir que Bataille continúa, no sólo la preceptiva de Freud acerca de la coerción de los instintos, sino el nutrido imaginario surrealista, cuya filiación al ámbito de lo sexual y mortuorio, inextricablemente unidos, puede apreciarse con facilidad en cualquier obra de Dalí, Delvaux o Giorgio de Chirico.

Para Bataille, pues, la sexualidad, la muerte y las secreciones corporales reintegran ominosamente al hombre a un limo originario. Y es, precisamente, la ordenación del tabú, la huella civilizatoria, aquello que hace tolerables unos procesos asociados al terror y al espanto. El erotismo sería, entonces, el modo en que se nos permite sucumbir a una pulsión que, literalmente, nos repulsa por un reflejo atávico. Por otra parte, esta "caída en la tentación" viene facilitada, según Bataille, por la conversión de la Naturaleza en un concepto sacro. Si las amenazas y pesadumbres de la Naturaleza obligaron al homínido a convertirse en un hombre civilizado, las exigencias de la civilización harán, tiempo más tarde, que el hombre idealice su pasado, convirtiendo su animalidad remota en un Edén libérrimo y sagrado. Este sería el origen del Carnaval y de cuantas excepciones permiten poner el mundo al revés durante un periodo muy corto de tiempo. Este sería, en suma, el proceso de doble vía que permite al hombre vivir el erotismo como un hecho amenazador y una liberación arcaica.

Cabría decir alguna cosa sobre el concepto atormentado y agónico de la civilización que opera en Bataille, y que reobra oscuramente en toda su concepción de lo erótico y de lo inefable. No olvidemos que Bataille es, junto con Bachelard y Blanchot, uno de los grandes escritores de posguerra que atiende a la parte irracional del hombre, y cuyo colofón habremos de encontrar en la filosofía anti-ilustrada de Foucault o en la desaparición del individuo que postuló Derrida. Bataille se incardina así en una tradición que arranca en Sade, continúa en Hamann, en Nietzsche y Apollinaire, y adquiere una formulación científica en las obras de Freud: el hombre considerado como un nudo de pulsiones, y no como feliz conjunción de la razón y las vísceras, soñada brevemente, quizá con indebido candor, por el siglo XVIII.

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