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Cultura

El audaz oficio de narrar

  • Guionista de cine y televisión y cada vez más autor de culto, Pérez Merinero fue, con sus historias 'pulp', castizas y salvajes, uno de los escritores más libres y singulares de la España reciente.

CUENTOS COMPLETOS. Carlos Pérez Merinero. Ilustraciones de Ion Arretxe. El Garaje Ediciones. Madrid, 2016. 450 páginas. 20,90 euros

Carlos Pérez Merinero (Écija, 1950 - Madrid, 2012) es conocido por su trabajo como guionista en películas como Amantes de Vicente Aranda y series de televisión como La huella del crimen, donde se encargó de capítulos tan sonados como El crimen de la calle Fuencarral. Se dedicó al séptimo arte con pasión y devoción. Sobre cine publicó varios libros. Fue también argumentista y director de películas propias y muy personales como Rincones del paraíso o la trilogía Franco ha muerto.

Pero fue también un constante y prolífico escritor que publicó una docena de novelas, en su mayoría del género negro, un par de libros de poesía y una larga colección de relatos que fue sacando en revistas y antologías colectivas. Muchos otros cuentos quedaron sin publicar tras su muerte. Su hermano David Pérez Merinero los ha rescatado del olvido buscando en cajones y libretas, transcribiendo, a veces con mucha dificultad, estas obras inéditas para dar forma al volumen de más 400 páginas que conforman los Cuentos completos del autor, que publica ahora El Garaje Ediciones.

Como cineasta, Carlos Pérez Merinero no tuvo demasiada suerte con su obra propia. Como escritor tampoco: corrió el mismo destino de tantos creadores que siguen su propio camino sin sumarse a las modas, sin doblegarse a los dictados de eso que se llama tendencias. Escribió sobre lo que quiso y vivió como decidió hacerlo: exiliado en casa, como nos recuerda Manuel Blanco Chivite en el prólogo de Cuentos completos. Nunca estuvo en el candelero, ni lo intentó. Leyendo sus cuentos nos damos cuenta de ello: su escritura tan personal, y a la vez tan profesional, no deja lugar a dudas.

Tal vez por esa deliberada voluntad del autor de no ceñirse corsé alguno, estos cuentos son difíciles de calificar. Género negro, relatos pornográficos, realismo brutal. Como nos advierte Blanco Chivite, el lector no debe llevarse a engaño ante la aparente crueldad de estos cuentos porque dentro de este recubrimiento exterior "está la almendra (...), el corazón bien protegido por esa envoltura defensiva que, también quizás, le fuese imprescindible para vivir".

Muchos de estos relatos son encargos para publicaciones como Penthouse, Interviú, El Caso o el semanal de Diario 16. Pérez Merinero es capaz de adaptarse a las exigencias de cada medio. Conoce el oficio, parece disfrutar con él y es capaz de desarrollar en estas narraciones un estilo propio, un sello personal. Iconoclasta, políticamente incorrecto, directo, audaz y exento de artificios, Pérez Merinero traza en estos cuentos un mundo sórdido poblado por psicópatas, asesinos, prostitutas, policías corruptos y gente de malvivir. No hay lugar para los dobles sentidos ni la retórica, no hay miedo a llamar a las cosas por su nombre. Su prosa directa mira a los ojos del lector, lo atrapa, lo hace cómplice. Subyace sin embargo en estos cuentos un miedo ancestral a las miserias humanas, una comprensión sobrecogedora de la naturaleza del hombre, una compasión descarnada hacia el que sufre, hacia el que está solo y no encuentra más salida que el sexo brutal, el suicidio o el crimen.

Algunos de estos relatos están íntimamente relacionados, se ajustan entre sí como piezas de un rompecabezas: es el caso del estupendo El día que enterraron a Don José Ortega y Gasset que más tarde desarrolla una de sus posibles líneas argumentales en Vida de burdel. En otros casos juega al despiste con relatos que empiezan exactamente igual y que luego despliegan desarrollos muy distintos. Es el caso de Nuevos días, nuevas noches y Ojo por diente, que curiosamente fueron publicados en El Caso y en Penthouse, respectivamente, con poco más de un año de diferencia.

Los últimos relatos del volumen, que se corresponden, en su mayoría, con los inéditos rescatados por el hermano del autor, parecen participar de una misma voz narrativa, un personaje maniático, obsesivo y confuso, con una peculiar forma de enfrentarse a la vida. Valga como ejemplo el relato titulado Otro cuento de navidad, que dio lugar, además, a un cortometraje dirigido por el autor.

David Pérez Merinero asegura que a su hermano le hubiera gustado ser como esos guionistas de Hollywood a los que pagan por estar encerrados escribiendo. Se tomaba su trabajo muy a rajatabla. Trabajaba de nueve a dos. Siempre decía que no había diferencia entre ser escritor y oficinista. A su manera fue precisamente eso: el protagonista de una de esas viejas películas hollywoodenses de perdedores que a veces pierden la paciencia ante la máquina de escribir, pero que nunca decaen, siguen adelante hasta encontrar un nuevo motivo para continuar escribiendo. Pérez Merinero no ganó el éxito, pero sí un montón de amigos que se empeñan en recordarle, en mantener vivas sus obras, en rendirle sentidos homenajes que lo rescaten para siempre del olvido.

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