Crítica de Danza

Un ballet al servicio de la fantasía

Tras El lago de los cisnes,La bella durmiente (1890) el es segundo gran ballet de Chaikovski y uno de los extraordinarios frutos surgidos de la unión entre el compositor ruso y el coreógrafo Marius Petipa, un francés en la corte afrancesada de San Petersburgo. El argumento es de todos conocido pues, amén de ser un cuento de hadas, publicado con distintos finales por Perrault y los hermanos Grimm, fue uno de los mayores éxitos de la factoría Disney.

Por otra parte, el personaje de la princesa, dormida durante cien años con toda su corte antes de encontrar a su príncipe, ha dado lugar a las más variopintas interpretaciones.

Pero el Ballet Nacional de Letonia es, por encima de todo, una institución ligada a la Escuela Rusa de ballet clásico y su principal objetivo es preservar estas 'joyas' de la danza para las presentes y futuras generaciones.

Desde ese punto de vista, lo que ha hecho su director y coreógrafo (aunque hay mucho de la coreografía original de Petipa), Aivars Leimanis es poner todos sus activos al servicio de la fantasía del libreto y del estilo original, comenzando por más de medio centenar de jóvenes, formados casi todos en la Escuela de Riga. Con ellos, unos impresionantes decorados (el salón de palacio con sus lámparas, el jardín con su glorieta y miles de flores...) y un vestuario lleno de colores, dorados, tutús largos y cortos, tules y aderezos de todo tipo.

Más que en el virtuosismo, parece que Leimanis se ha centrado en limar dificultades y evitar algunos riesgos para lograr un trabajo brillante de conjunto, con un equilibrio poco común. Algo nada fácil cuando no hay tiempo -ni dinero- para ensayar más con las orquestas y adaptarse a las medidas de los escenarios.

Todos cumplen su cometido. El impactante primer acto sirve para la presentación de todas las hadas, especialmente la malvada Carabosse, de enorme expresividad. En el segundo, tras el hechizo, el encuentro soñado entre Aurora y Désiré nos muestra lo mejor de Kokina (imposible no recordar a Lucía Lacarra, la última Aurora en este teatro) y de Neiksins. Ella, preciosa de brazos y puntas en las partes más líricas, con música de cuerdas, y él brillante sobre todo en el tercer acto, con los aires triunfales del amor logrado. Vale la pena esperar al final para saborear el paso a dos de los jóvenes príncipes.

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