Literatura

Un buen azar que resultó destino

  • Se cumplen 80 años del homenaje a Góngora, visto como el acto fundacional de la Generación del 27

Era la Sevilla de los años previos a la Exposición Iberoamericana, maravilla de ver, una ciudad que tras décadas de letargo se hallaba inmersa en una frenética carrera por llegar a la cita recompuesta y a tiempo. Por todas partes despuntaban obras, los ensanches descongestionaban el intrincado caserío, nuevas vías y nuevos barrios saludaban el porvenir en un ambiente de ilusionado optimismo. Los parques y jardines se acicalaban para la ocasión, el esplendor de la bella e injustamente menospreciada arquitectura regionalista brillaba en los pabellones, las plazas de España y América se abrían a la tan anhelada modernidad, que llegó para no quedarse.

Era la Sevilla que había acogido, tan sólo unos años antes, los fervores ultraístas, primera manifestación de la vanguardia española, la ciudad que Juan Ramón proclamara capital lírica de España, la que a lo largo de más de una década -la que media entre las trayectorias de dos revistas sevillanas que marcaron época, Grecia (1918-1920) y Mediodía (1926-1929)- adquirió un protagonismo inusitado en el formidable proyecto de renovación literaria que habría de desembocar en la superación del modernismo. En ella, cuna de Aleixandre y de Cernuda, había profesado Pedro Salinas, catedrático de la Hispalense entre 1918 y 1926. Por ella pululaban poetas y prosistas vinculados a las mencionadas cabeceras, como Adriano del Valle e Isaac del Vando-Villar, Eduardo Llosent y Marañón, Alejandro Collantes de Terán y Joaquín Romero Murube, Rafael Laffón, Juan Sierra y otros integrantes de los círculos literarios "avanzados" que mantenían estrecho contacto con las revistas afines del resto del país, hermanadas en el común empeño de proseguir la labor iniciada por sus antecesores los "hermes" del Novecientos.

A ella, a esta Sevilla efervescente y novísima, llegaron, la noche del 15 de diciembre, los integrantes de la expedición capitalina, los "siete literatos madrileños de vanguardia", bautizados por la prensa local como la "brillante pléyade", Rafael Alberti, Federico García Lorca, Juan Chabás, Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego. Su intención era homenajear a Góngora en la ciudad del Betis, en el marco de unas "veladas literarias" organizadas por el Ateneo que cerrarían el apretado programa de actos y publicaciones auspiciados por los partidarios de don Luis en el año de su tricentenario. El entusiasmo progongorino había derivado en los meses precedentes hacia una verdadera campaña de autopromoción con la que los poetas, llevados de una saludable intención provocadora frente al epigonismo residual en que había parado la rebelión modernista contra la "gente vieja", pretendían legitimar los presupuestos de su propia estética, siendo así que se acogían al bisabuelo para matar al padre.

El viaje en tren de Madrid a Sevilla, la bienvenida en la recién construida estación de Córdoba, el alojamiento en el desaparecido Hotel París, la "fiesta mora" preparada por Ignacio Sánchez Mejías en su finca de Pino Montano, las sesiones del 16 y el 17 de diciembre, celebradas, por su mayor aforo, en la sede de la Sociedad Económica de Amigos del País, el almuerzo en la Venta de Antequera, "la celeste noche surrealista del manicomio" o "la travesía heroica y nocturna del Betis desbordado", marcan los hitos de una estancia que ha quedado asociada para siempre a la foto celebérrima. Faltan los rostros de Salinas, Aleixandre, Altolaguirre, Prados o Cernuda, pero para la historia de la literatura, en virtud de lo que Guillén llamó "un buen azar que resultó destino", había nacido una generación. Ocho décadas después, su luz no usada sigue iluminando el siglo.

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