Sólo quince comunidades activas se conservan en la que fue una auténtica ciudad-convento en la Edad Moderna. Y es que, para Sevilla, contextualiza Rodríguez Barberán, "el fenómeno de las Desamortizaciones significó la desaparición de muchísimos de ellos. Por eso es evidente que, pese a los problemas de las comunidades, estos monasterios femeninos de clausura aportan una enorme riqueza a la ciudad entendida como un patrimonio plural y complejo". En estos conventos se conserva un riquísimo repertorio que mezcla los documentos históricos con los fondos bibliográficos o la música; sus espacios son, urbanísticamente, auténticas ciudades dentro de la ciudad y un legado insoslayable para conocer la arquitectura sevillana desde la Edad Media hasta el presente; y sus bienes muebles -retablos y esculturas, colecciones pictóricas, textiles, artes aplicadas y suntuarias- poseen tanto atractivo como ese patrimonio inmaterial, ligado a los ritos cotidianos de su existencia o a los oficios de las comunidades, que va desde los olores y sabores de las mermeladas de Santa Paula, a los dulces de Santa Inés o las yemas de San Leandro, por citar solo los más conocidos. Por eso, para este experto, si se plantea intervenir en las clausuras y restaurarlas, no se puede llegar desde fuera diciéndole a las hermanas cómo han de vivir e intervenir contra el espíritu del lugar: "La clave es buscar el equilibrio, como ha ocurrido con la sostenibilidad de las ciudades históricas amenazadas por causa del turismo. Hay que garantizar la vida de la comunidad y establecer modos de conocer los conventos, articular programas adecuados de tutela, de conservación y puesta en valor… pero para eso hay que hacer un diagnóstico previo, monasterio a monasterio y contemplándolos a todos en común para ver sus demandas. Eso es lo principal: un estudio en cuya elaboración se implique desde la propia Iglesia hasta expertos en la conservación del patrimonio, o en ramas tan diversas como la antropología o la economía".