Crítica de Música

El camino de la levedad

Nacido en 1985, Rafal Blechacz lleva una década sonando como el gran heredero polaco de Zimerman, aunque su estilo se fundamenta en presupuestos bastante diferentes. Es Blechacz pianista de verbo claro, apolíneo, un orfebre del sonido, que modela a partir de la nitidez y la transparencia, y en el que el virtuosismo se impone la mayor parte del tiempo a la expresión.

Su visión del mundo del Clasicismo la dejó clara en las dos obras de Mozart del programa, con un RondóKV 511 que sonó quintaesenciado y elegante y una SonataKV 310 que eludió sus perfiles más turbulentos para proyectarse desde la calma de un Andante cantabile más frío que verdaderamente expresivo. Manejando tempi de notable rapidez y haciendo un uso limitadísimo del pedal, fue un Mozart leve y lanzado decididamente hacia la luz.

Poco varió el tono con la Sonata Op.101 de Beethoven, leída desde la exquisitez del sonido, la claridad impoluta de la polifonía (limpísima fuga del Finale) y una voluntad de que nada pesase más de lo debido. Ese equilibrio esencial entre las dos manos, unido a un fraseo claro, sin sobresaltos en el rubato, dominó también la 2ª Sonata de Schumann, por más que en el Presto el contraste entre urgencia dramática y ternura se hiciera más evidente. Fue en las Mazurcas Op.24 de Chopin en las que el pianista sacó a pasear una mayor flexibilidad en el manejo del tempo, con momentos de grácil espontaneidad (nº3) y una intensidad más dramática (nº4). Ya que el virtuosismo pudo incluso a la exaltación épica en la famosa Polonesa heroica, fue en el Intermezzo brahmsiano de la propina donde, al fin, el sentimiento encontró su lugar.

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