Crítica de Flamenco

Una caña de antología

Son tres actos: lo relativamente moderno, lo más o menos clásico y el "dejadme en paz, que yo hago lo que quiero". Clasicismo y vanguardia son dos tradiciones que adoptan las más diversas apariencias dependiendo de los vaivenes estéticos pero también de las circunstancias sociales. Por ejemplo, la caña que vimos anoche responde a ese clasicismo jondo que se instauró en los 50 y 60 del siglo XX y que en no pocos aspectos representa una evolución respecto a, por ejemplo, la caña de Chacón y La Argentinita. La que se incluyó luego en la Antología del cante flamenco que interpretaron cantaores de baile. Por otro lado en el primer número, con música electrónica, también disfrutamos con retazos de Antonio Ruiz Soler y Pilar López. Las seguiriyas con castañuelas las patentó López y Ruiz Soler hizo lo propio con el martinete. López, junto a Alejandro Vega, es el referente en el número central del que hablábamos antes. Por eso durante muchos años la caña que se cantaba, como canónica, era la caña de baile. Y, desde luego, Pérez y Choni, más allá de la estampa clásica, llevan el concepto a otra dimensión. A otro tiempo, el nuestro, con una técnica desbordante, arrolladora, respecto al modelo señalado. Un auténtico tour de force rítmico para un David Pérez superlativo, omnipresente, clásico e intuitivo, feroz y divertido. Deliciosa La Choni en la caricia lenta, con la bata de cola, en los caracoles, con las castañuelas dialogando con doña Pilar. Javier Rivera también portentoso como sostén vocal y rítmico, con un estilo cada vez más natural, fresco, cercano. Raúl Cantizano ofreció una granaína rítmica, visceral, muy aplaudida.

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