Crítica de Música

Una docena de frikis de la dulzura

El de la difusión de las actividades que tanto cuesta organizar sigue siendo un problema candente de la vida musical sevillana. Posiblemente, a la mayor parte de los aficionados a la música clásica no diga nada el nombre de John Cage, o sí, pero sea para relacionarlo con una música abstrusa e irritante, cuando no con un arte sólo apto para círculos de frikis o de snobs. Pero me cuesta mucho trabajo imaginar que en los conservatorios y escuelas de música no haya interesados en un programa como el que presentó ayer Rioja Filarmonía, porque el ciclo de Sonatas e interludios para piano preparado que el artista californiano compuso entre 1946 y 1948 es sencillamente una de las colecciones pianísticas más importantes de todo el siglo XX. Resulta muy difícil pensar que entre todos los estudiantes y profesores de los conservatorios sevillanos no haya al menos un 1% de interesados en un concierto gratuito en el que se interpretaban hasta nueve de estas sonatas. Como eso me parece imposible, lo atribuyo a un problema de difusión, pero ni yo termino de creérmelo. Disculpen el desahogo.

Maravilla comprobar en vivo, gracias a las estupendas versiones que dejó Magí Garcías, cómo Cage logró integrar en la forma de la vieja sonata scarlattiana un universo personal por completo fascinante, en el que, sin dejar de resultar sorprendente, extraño y estimulante, domina un sentido de la belleza dulce y serena. Entre medias, Rubén Orio tocó Scraping Song y Unchained Melody de David Lang, un miembro del colectivo Bang on a can, dos obras percutivas que resultan casi más melódicas que rítmicas.

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