Cultura

Una elegía rusa o la cola del diablo

  • El ciclo 'SEFF365' regresa hoy con 'Oleg y las raras artes' y 'Zoology'

El pianista Oleg Nikolaevich Karavaichuk, en 'Oleg y las raras artes'.

El pianista Oleg Nikolaevich Karavaichuk, en 'Oleg y las raras artes'.

Programa doble y ruso hoy en el ciclo SEFF365, con la esperada presentación en Sevilla de Oleg y las raras artes, una de las mejores cintas españolas de 2016, ninguneada en los fastos y premios oficiales de la temporada.

El hispanovenezolano Andrés Duque (Iván Z, Ensayo final para utopía) se mueve entre el documental y el retrato, entre la clase magistral y el relato espectral, para acercarse a la fascinante figura crepuscular (y póstuma) de Oleg Nikolaevich Karavaichuk (1927-2016), compositor y pianista de cuerpo frágil y encorvado, rostro enmascarado y aires excéntricos que hizo música para el cine soviético y tocó para Stalin.

Con su boina, su melena y las manos atrás, un Oleg andrógino recorre los pasillos y salones del majestuoso Museo Hermitage y despliega sus encantos y su performance desde el hilo de voz aguda de una memoria del esplendor y la grandeza perdidos. Sentado al piano, con sus dedos deformados, pasa del lirismo a la furia (el himno ruso literalmente agredido), de la melodía a la improvisación, de los aires eslavos a los sones españoles, en un guiño al cineasta que lo filma y para el que se (nos) exhibe. En la dacha de los artistas, entre sombras, árboles y el canto de los pájaros, el histrión recuerda a sus vecinos Tarkovski y Ajmàtova mientras el cineasta filma los libros, cuadernos y retratos, notas manuscritas de letra indescifrable, ruinas desordenadas de la memoria, también de otro esplendor. Oleg dirige una orquesta imaginaria con los ojos cerrados y las manos quebradas, sueña hermosas melodías, se sienta nuevamente al piano para pulsar las últimas disonancias y consonancias (divinas), para agitar a las mucosas, para despedirse de los genios (como él), de un tiempo, de la Historia, que lo atraviesan.

La Rusia de Zoology, Premio del Jurado en Karlovy Vary, se ancla en un presente de fábula y metáforas, y se nos ofrece, inicialmente, en las reconocibles tonalidades azuladas y tristonas de uno de esos dramas rumanos. Una mujer de mediana edad vive con su madre anciana y devota, sufre las burlas de sus compañeras de trabajo y acude al médico tras un desvanecimiento. Se abre entonces el relato a una premisa tan original como fantástica: durante las pruebas médicas descubrimos que Natasha tiene una enorme cola que sale de su espalda. El filme de Tverdovskiy se abre así al territorio de la parábola, aunque nunca quedará claro de qué y sobre qué. Tal vez sobre la soledad y la diferencia, sobre la hipocresía social y los prejuicios, tal vez todo sea una metáfora de la nueva Rusia cerrada y su deriva xenófoba, reaccionaria y racista.

Los mejores momentos de Zoology son los que apuntan al humor incómodo desplegado desde la normalidad de su propio absurdo (las dos escenas sexuales, cola mediante), pero da la sensación de que, en su singularidad y obviedad simbólica, la película tampoco sabe exactamente dónde ir. Ustedes mismos.

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