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fernando iwasaki. escritor

"Mientras el español no sea la lengua del conocimiento, dará igual cuántos lo hablen"

  • El autor peruano residente en Sevilla presenta el martes en la Librería Verbo 'Las palabras primas' (Páginas de Espuma), la obra con la que ganó el Premio Málaga de Ensayo

El escritor, profesor y columnista Fernando Iwasaki (Lima, 1961).

El escritor, profesor y columnista Fernando Iwasaki (Lima, 1961). / m. j. lópez

Vino al mundo Fernando Iwasaki (Lima, 1961) en el seno de una familia peruana de poderosa ascedencia japonesa (también italiana y ecuatoriana) y desde 1989 reside de manera estable en Sevilla. Así que pocos escritores como el autor de Libro del mal amor (2001) Ajuar funerario (2004), Neguijón (2005), Helarte de amar (2006) y Una declaración de humor (2012) entre otros pueden referirse a la lengua castellana desde flancos tan dispares. Ahora, el también profesor y columnista acaba de publicar Las palabras primas (Páginas de Espuma), una revisión de la historia de las palabras a través de la memoria, la geografía, la historia y la lectura, entre dos orillas, con la que ha ganado el Premio Málaga de Ensayo (según el fallo del jurado formado por Javier Gomá, Estrella de Diego, Espido Freire, Alfredo Taján y Juan Casamayor) y que presenta este martes, a las 20:00, en la Librería Verbo, (Sierpes, 25).

-¿En qué medida es Las palabras primas una autobiografía resuelta a base de las variedades del léxico español?

La palabra 'fandango', que el flamenco hizo suya, es una voz africana con su eco de tambores"

-Siempre se espera que los escritores hagamos ficción en general y novelas en particular. Y después está el ensayo, que tiene cierto status especial. Uno piensa en los libros que podría ir escribiendo a lo largo de los años, sobre todo si escribes artículo de prensa, ya que en ellos abordas temas que te interesan y al final se van convirtiendo, como dices, en una autobiografía. Las palabras primas nace de la perplejidad que experimento al ser el hablante de una lengua a través de sus periferias, un asunto que he tratado en diversos artículos. Podría escribir otro libro sobre las librerías de viejo, de las que también me he ocupado en mis columnas. En cualquier caso, son temas con tanta dignidad como la que puede tener una novela. Hoy día, los escritores de ficción, sobre todo los de mayor éxito, apenas escriben ensayos porque tienen que atender a la demanda de novelas que se les presenta. Aunque no es el ensayo un género menor que cualquier otro, desde luego.

-Pero quizá una de las lecciones fundamentales del libro es que eso que se conoce como periferia es en realidad el auténtico corazón del habla española.

-Así es. Los acentos periféricos son los menos reconocibles porque, no en vano, son los menos conocidos. Últimamente hemos asistido a ciertas polémicas a tenor de un ánimo de desprestigio del acento andaluz, como lo que sucedió a cuenta de la serie La Peste, con quejas de gente que aseguraba que el habla de los personajes no se entendía, y con parodias desafortunadas como la de Antonio Baños, de la CUP. Lo que sucede es que hay un gran desconocimiento del acento andaluz, de sus orígenes y de su evolución. Y por lo general se tiende más a la indignación o a la burla con lo que no se conoce.

-¿No es el español neutro un fraude centralizador?

-Volvemos al asunto de la periferia. La España vacía, aquella sobre la que escribió recientemente un libro magnífico Sergio del Molino, está llena de palabras. Con una diversidad muy rica, especialmente en el mundo rural, que ha nutrido tanto a escritores como Miguel Delibes. En un libro como Las cosas del campo de José Antonio Muñoz Rojas encontramos un universo de palabras espectacular. Para un hispanoamericano como yo, encontrar todo este legado, oculto, silenciado y a la vez tan conectado con el habla hispanoamericana, es todo un hallazgo.

-¿Su historia como hispanohablante es como la de un cante de ida y vuelta?

-Sí, un hispanohablante de habla marinera. Fíjate qué contradicción que alguien como yo, nacido en Perú, ignorara durante tanto tiempo el habla de los Andes. Es tanta allí la periferia del español que limita directamente con el quechua. Allí al huerto le dicen chacra, término que no tiene nada que ver con los centros de energía del hinduismo. De pronto, llegas a Europa y te dicen que hay que alinear los chacras. Lo primero que piensas es que no sabes muy bien por qué, pero en todo caso en Perú no hace falta alinearlos.

-¿De dónde nace el prejuicio contra el habla popular, más culta y sin embargo considerada a menudo más atrasada?

-Habría que atender a la escritura on line, que emplea siempre un número muy limitado de palabras. Además, si escribes una palabra que el autocorrector no conoce, directamente te la corrige. Es decir, de entrada ni siquiera puedes utilizar un amplio número de palabras salvo que desconectes la función de corrección. El medio digital desdeña todos los sedimientos que la historia, la geografía y la memoria van depositando en las palabras a lo largo del tiempo. Pocos saben que en la lengua castellana abundan palabras de origen africano, como tangana, mojiganga o mogollón, que se incorporaron por influencia de los esclavos y de las comunidades de africanos andaluces que se instalaron en ciudades como Sevilla durante el Siglo de Oro. La palabra fandango, que el flamenco hizo suya, es una voz africana que conserva su eco de tambores. Lo mismo sucedió en Argentina con la palabra tango. Hay todo un mundo de palabras de ida y vuelta que la escritura on line ignora. En Perú, en los siglos XVI y XVII, si decías polla te referías a un juego de cartas.

-¿Echa de menos un mayor aprovechamiento de esta enorme riqueza léxica en la literatura española contemporánea?

-Bueno, escritores como Andrés Trapiello o Javier Marías emplean muchas palabras no por un ejercicio de recuperación consciente, sino porque, simplemente, las necesitan. No se preocupan por su origen, tan sólo las emplean. Cuando Jesús Carrasco publicó su novela Intemperie hubo críticos que la interpretaron como una reivindicación lingüística, pero creo que el autor se limitó a echar mano de las palabras que necesitaba para contar una historia ambientada en el mundo rural. Recordemos que ninguno de los autores del Boom adoptó un español neutro para ser leído con más facilidad en toda Latinoamérica. Cada uno escribió con su habla particular.

-¿Volvería a suceder lo mismo si el Boom estallara hoy?

-En América Latina las dimensiones son enormes, pero si un peruano habla, un chileno le entiende. Aunque a veces los autores contemporáneos tienden a hacer poco acopio de palabras por una mera cuestión de pereza, un poco como lo del corrector automático. Se considera muy alegremente que el lector es tan perezoso como tú.

-¿Es optimista sobre el desarrollo futura del habla española?

-No. No me produce ningún entusiasmo que seamos quinientos millones de hispanohablantes. Podríamos ser mil millones, pero no serviría de nada mientras el español siga sin ser la lengua de la ciencia, del conocimiento y de la diplomacia. Es una fuerza muy grande en lo cultural, pero no en está en esa liga. Más aún, si un coreano y un noruego se ponen a hablar sobre Despacito, lo hacen en inglés. Y no parece que el español vaya a ser la lengua oficial de la UE, ni la de los grandes negocios.

-¿Alguna palabra a reivindicar?

-Sí, la papa, en su acepción original. La papa llegó a Europa primero por Inglaterra, de aquí a Francia y de aquí a Alemania. Cuando llegó a España lo hizo bajo el anglicismo patata, pero la papa ya aparecía en el Inca Garcilaso y en el Padre Acosta. Además, en Andalucía decimos también papa como sinónimo de borrachera: no veas la papa que lleva. Y en Perú, hacer algo en un papazo es hacerlo muy rápido. Es mejor decir papa, siempre.

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