Cultura

La exposición, una situación poética

  • Quizá el arte ya no nos deslumbre con formas sublimes, pero nos infecta con ideas que acaban acompañándonos a casa, como esta exposición del húngaro Dénes Farkas en Alarcón Criado

En la galería, a la derecha, hay una pequeña fotografía: unos contenedores ante una gran montaña cubierta de nieve. Más adelante, Dénes Farkas (Budapest, 1974) alinea, entre tubos de neón, unas fotografías muy sencillas: son bancos de semillas de centros de investigación agrícola de diversos países. En el recinto al fondo de la galería, separado de la sala por un tabique, una foto más ambiciosa: la imagen, también sin color: una gran caja de luz da cuenta del banco de semillas de Noruega. Al final de la sala, tras las fotos iluminadas por neón y antes de entrar en el segundo recinto, sobre una mesa, un reproductor de sonido emite un texto. Frente a él, fijados en la pared con tachuelas, trozos de papel recogen fragmentos del texto que oímos. Entre esos objetos, una foto, de amplio formato: una casa de viviendas, de corte racionalista. Prismas alineados en varios pisos. No está en ruinas pero si alguien la habita, no se deja ver. De algunas ventanas salen plantas, casi árboles, de cierta envergadura, que al parecer crecen en el interior.

He empezado por describir la muestra porque a más de un visitante puede extrañarle el contenido de la galería. No hay pinturas ni imágenes más o menos sofisticadas, ni fotografías cargadas de color o intención crítica. Hace casi 60 años un ciudadano que visitó la primera exposición de Luis Gordillo en Sevilla, cuando tropezó con unoscollages, fragmentos de periódicos franceses tocados con pintura, no dudó en interponer una denuncia: se sentía víctima de un fraude. ¿Puede ocurrir lo mismo ahora?

¿Cómo preservar gestos, recuerdos, afectos inesperados? De todo eso trata esta muestra

El arte de hoy, antes que presentar obras -es decir, objetos de las llamadas bellas artes-, prefiere suscitar situaciones poéticas, conectadas desde luego con lo que ocurre en nuestros días. De ahí, los bancos de semillas: hace algún tiempo, mercados al margen de la regulación ofrecían aceite tóxico o harinas que estaban dedicadas al pienso. Por otra parte, especies vegetales, descuidadas, casi se perdieron y sólo con esfuerzo se recuperaron. Evitar estos desmanes, hechos en nombre del mercado y del beneficio, es lo que intentan los bancos de semillas. Si los libros de emblemas educaron a nuestros antepasados con figuras y símbolos de la virtud, hoy es mejor mostrar la silenciosa labor de ciertas instituciones que intentan proteger los gérmenes de una vida diversa, las semillas.

Pero esta última frase ya se desborda a sí misma: quizá los bancos de semillas guarden en la recámara una metáfora. Las bibliotecas preservan los libros, los museos piezas de arte y los stocks de fotografías, imágenes, pero ¿cómo conservar otras memorias, incluso las dolorosas que pese a ello son iluminadoras?, ¿cómo preservar gestos, recuerdos, afectos, amores inesperados? Junto a todo eso, las ideas. Autores anglosajones suelen hablar de ideas seminales: son las de pensadores, novelistas o poetas que no fraguaron en un sistema ni una poética consistente, pero enunciaron ideas fecundas, con potencial de futuro. Basta recordar a Lampedusa o a Giambattista Vico.

Junto a los bancos de semillas, imágenes de la memoria, cobran sentido los demás objetos de la muestra. Los textos del audio son fragmentos de una novela de Rabih Alameddine, libanés afincado en Estados Unidos, que imagina la historia de una mujer que por ciertas circunstancias de su vida no puede abandonar su casa, situada en uno de los puntos candentes de los enfrentamientos civiles en el Líbano. Este tiempo, forzosamente congelado, lo emplea en traducir obras que no eran fáciles de encontrar en la lengua del país. Un sostenido trabajo de recuperación que la novela alterna con pensamientos de la mujer, obligada a vivir una complicada situación personal y un entorno general lleno de riesgos. El texto es potente. Sobre todo porque, desde su forzado aislamiento, la mujer parece ir descartando cuanto antes consideraba esencial para vivir y ahora descubre que es ella quien tiene que hacer por la vida. Con el texto adquiere sentido la casa: ¿apresurado refugio frente a la guerra, convertido poco a poco en lugar para la memoria que la mujer desgrana paso a paso en su escrito?

Finalmente los fragmentos clavados en la pared. Puede leerse: "lo que me da problemas es el mundo que hay fuera de ese parque" o "tenía la necesidad de Teseo y el conocimiento de Ariadna, pero ningún ovillo de hilo, así que busqué al Minotauro, no para matarlo, sino para pedirle ayuda", y también: "el pueblo fue arrasado y borrado del mapa, pero no de la memoria de sus habitantes". Finalmente: "la memoria prefiere guardar lo que el deseo no puede aspirar a mantener".

Quizá el arte de hoy no nos deslumbre con formas bellas o sublimes. En cambio nos infecta con ideas que terminan acompañándonos a casa.

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